A continuación, una recopilación de pequeños cuentos escritos en 140 caracteres que he difundido en el hashtag #microcuentos de twitter, una plataforma que ha dado vida a mis relatos, y que ha ayudado a masificar este estilo de escritura en la red. Gracias a esto, pude publicar mi primer libro «5 Segundos» que es una selección de microcuentos ilustrados por el gran dibujante Malamagen.

Es muy interesante lo que se puede evocar con tan pocas palabras. ¿Te animas a escribir?

– El tiempo modeló su intensidad, pero la fuerza interior fue su motor para salir adelante a pesar del dolor y la decepción. #microcuentos

– Dos veces a la derecha, una hacia el centro, dos a la izquierda. No podía comenzar a comer sin tener todo bajo control. #Microcuentos

– Creyendo en ideologías manejadas por pequeños grupos de poder, pasó su vida luchando por cosas que ni siquiera entendía. #Microcuentos

– Lo extrañaba desde el pensamiento hasta la piel, necesitaba su abrazo para sentir que el mundo estaba en equilibro otra vez. #Microcuentos

– No pudo celebrar su embarazo, la noticia fue un terrible tormento. Con el tiempo entendió que ella era su mejor complemento. #microcuentos

–  Llamaba cada 2 ó 3 días para sentirse buen padre. Con eso resarcía sus culpas, y se convencía de su estupenda paternidad. #microcuentos

– Le prometió sinceridad y comprensión, la impulsó a confiar en sus talentos y enfrentar sus miedos, así le enseñó a amar. #microcuentos

– Se encontraron 60 años tarde, el tiempo corrió rápido y cruel. Hoy nada importa porque viven para recuperar el tiempo perdido. #microcuentos

– El peso de las insignias queman sus manos asesinas, esas que quieren silenciar las voces disidentes que se escuchan sin cesar. #microcuentos

– Lo abrazaba sin poder contener las lágrimas, no quería tenerlo lejos pero estaba feliz porque él podría cumplir su sueño. #microcuentos

– Huellas de abuso cicatrizadas en su espalda buscando acabar con su vida, recibiendo el sádico azote de la esclavitud. #microcuentos

– Al caer la noche armaban las camas que durante el día escondían en los rincones. Todos tenían un lugar ganado por antigüedad. #Microcuentos

– Durante años vivió con culpas ajenas, la gente era muy cruel con lo diferente, se burlaban sin entender el daño que le hacían. #microcuentos

– Los llevaban en un furgón oscuro amarrados de pies y manos. No sabían si volverían, sólo sabían que nada había sido en vano. #microcuentos

– Partió con un leve sonido pero se agudizó con el tiempo. Cuando entró en el limbo, jaló el gatillo y terminó con su presencia. #Microcuentos

– En el fruto de sus actos, descubrió sus sueños, habían brotado como semillas en tierra fértil buscando el agua para germinar. #microcuentos

– Siempre lleva una sonrisa, y busca la sabiduría en el universo, ve en esta vida una oportunidad para entender lo que le rodea. #Microcuentos

– Idolatrados héroes que a punta de homicidios forjaron la ilustre corona, y mancharon de sangre el destino de nuestra historia. #microcuentos

– Negros vacíos opacando el horizonte. Ahogos profundos carcomiendo alegrías, penetrando el oscuro miedo de perder la sonrisa. #Microcuentos

– Salió como cualquier viernes a disfrutar de la noche con sus amigos, nunca pensó que ese día su vida cambiaría por completo. #Microcuentos

– Se creía con derecho a acosar a las mujeres porque para él eran un objeto, y la calle una vitrina para su voyerismo enfermizo. #microcuentos

– Pequeña de ojos inocentes en espera de cariño, pedía a gritos una guía de amor, mientras endurecía su corazón de cristal. #Microcuentos

– Hiriéndola con agudas críticas creía que la estaba educando. No entendía que la pequeña sólo necesitaba un abrazo de ella. #Microcuentos

– Gritó su nombre hasta quedar sin aliento, cerró los ojos entregado al eco de su respiración. Esperó hasta perder la conciencia #Microcuentos

– Toda la vida reflejada en los surcos de sus manos gruesas, marcas de tierra morena, armas de vida contra la desigualdad. #Microcuentos

– Protegiendo reliquias de unos pocos mercaderes, se llenaban la boca de agresiones perpetuando un forzado rencor nacionalista. #microcuentos

– Sometidos a un odio ciego e impuesto, alzaban banderas proclamando la guerra a sus hermanos de sangre y tierra latina. #microcuentos

– Con sólo tres años de vida, había visto morir a su madre y dos hermanos. La lucha de ideales no tuvo piedad con su inocencia. #microcuentos

– El rito de cada noche era abrazarla antes de dormir, sentir su aroma fresco y su piel suave calmaba hasta sus peores días. #microcuentos

– Agradeció las desilusiones, porque con ellas supo qué era lo que no quería en su vida, y aprendió a ser feliz sin culpas. #microcuentos

– No necesitaba saber la verdad, era feliz aparentando una familia perfecta llena de lujos, y nadie le arruinaría eso. #microcuentos

– Cuando comenzó a sentirse ahogado cada mañana, con sueño permanente y desgano, supo que era el momento de tomar una decisión. #microcuentos

– Era ferviente demócrata hasta que perdía el poder de sus manos, ahí se convertía en el verdadero dictador que llevaba dentro. #microcuentos

– Tratando de que la entendieran balbuceaba de a poco los sonidos familiares, aprendiendo que esa era la forma de comunicarse. #microcuentos

– El eco de sus abrazos seguía presente iluminando sueños, derramando lágrimas de añoranza, esbozando sonrisas de recuerdos. #microcuentos

– Construyeron su propio lenguaje con pequeños gestos, miradas y sonrisas que comunicaban su especial complicidad. #Microcuentos

– No le importaba abandonar a sus hijos, para eso estaba la abuela que los criaba mientras ella gozaba la vida sin problemas. #microcuentos

– Se juntaron en aquel lugar pensando que nadie los vería. Se amaron como adolescentes, queriendo cambiar su monótona realidad. #Microcuentos

– A veces lo recordaba con un suspiro entre las sábanas, sentía su aroma emanar del ropero como un cruel tormento de locura. #microcuentos

– Tras discutir por años se dio cuenta que era imposible volver a sonreír a su lado. Dejarlo fue la mejor decisión de su vida. #microcuentos

– Había encontrado ese equilibrio entre amistad, pasión y sonrisas que tanto había buscado, no había razón para seguir dudando. #microcuentos

– Había encontrado ese equilibrio entre amistad, pasión y sonrisas que tanto había buscado, no había razón para seguir dudando. #microcuentos

– Había encontrado ese equilibrio entre amistad, pasión y sonrisas que tanto había buscado, no había razón para seguir dudando. #microcuentos

– La miró a los ojos con un brillo distinto, en ese momento confirmó que estaba loco por ella, y que no la dejaría ir jamás. #Microcuentos

– Cada superficie era una amenaza bacteriana. Imaginaba las partículas invadiéndole la piel, y sentía una feroz taquicardia. #microcuentos

– Decía todo lo que hacía en cada red social, para que todos envidiaran lo grandiosa que era su imaginaria vida. #microcuentos

– La miraba enamorado, viendo cada detalle de sus pequeñas manitos, entendiendo la gran responsabilidad que tenía en sus brazos. #microcuentos

– A pesar de sus errores jamás le falló a sus hijos, y siempre estuvo cuando lo necesitaron, por eso fue un hombre memorable. #microcuentos

– Ahogados en tinieblas, sumergidos en la más negra de las pesadillas, contaban los días para que la muerte se apiadara de ellos #Microcuentos

– Pasaba una edad difícil, quería ser grande, y se revelaba ante todo, aunque antes de dormir seguía pidiendo un abrazo de mamá. #Microcuentos

– Sólo se había entregado a él y su machismo, nunca había sentido un orgasmo. Recién a sus 54 años conoció la plenitud del amor. #microcuentos

– Partió con leves excusas para ocultar sus faltas, mentir se convirtió en su escudo, hasta que finalmente le arruinó la vida. #Microcuentos

– Caminado juntas y en fila, pasean por la casa buscando alimentos, guardando provisiones para un largo y lluvioso invierno. #microcuentos

– Un rayo de sol tocaba su frente mientras esperaba el semáforo en rojo. La miraba embobado, deseando abrazarla para siempre. #microcuentos

– Dejó un escapulario en su mano antes que cerraran el cajón. Tocó su cuerpo frío y vio una pequeña gota de sangre en su nariz. #microcuentos

– Los miraba jugar riendo con ganas, y sentía que su pecho explotaba de ternura. Era feliz al ver cómo aprendían a conocerse. #microcuentos

– Cada año repetía los mismos deseos pidiendo que cayeran del cielo, mientras esperaba sentada que llegaran en su cómoda silla. #Microcuentos

– El calor lo adormece y ahoga, necesita un trago de agua para resistir. Está solo y entregado, esperando que llegue su hora. #microcuentos

– Reconoció sus ojos, y el lunar en su mejilla, 30 años habían pasado y sentían lo mismo que cuando se vieron por última vez. #microcuentos

– Reconoció sus ojos, y el lunar en su mejilla, 30 años habían pasado y sentían lo mismo que cuando se vieron por última vez. #microcuentos

– Tanto criticó la vida de los demás, que cuando llegaron los tiempos difíciles, tuvo que tragar cada una de sus palabras. #Microcuentos

– La trató con desdén y cruel indiferencia pensando que nadie lo notaría, no contaba con la mirada de madre que todo lo veía. #microcuentos

– Su inseguridad era tal, que necesitaba atarlo a su lado, alejándolo de los que amaba, para que sólo pudiera mirarla a ella. #Microcuentos

– Cada año nuevo pensaba que sería el último que vería. Le quedaban pocos amigos, y le costaba mucho entender la vida de hoy. #Microcuentos

– No llores, le suplicó en vano, y desapareció en la oscuridad. Sólo al crecer la pequeña comprendió la terrible pesadilla. #microcuentos

– Era adicto a contar todo. Calculaba que en 5 pasos avanzaba 2 metros y generaba ecuaciones para usarlas en caso de emergencia. #microcuentos

– El hambre dañaba todo a su paso carcomiendo la bella lozanía de la vida. El vacío ardía en la boca, destruyendo su sonrisa. #microcuentos

– Desde pequeño taparon sus ojos para fijar su mirada al frente. Condenado a tirar una carreta, amarraron su vida para siempre. #microcuentos

– Cada mañana se levanta sonriendo, y agradece la oportunidad de amar a los suyos tras el accidente que casi le costó la vida. #microcuentos

– A momentos sentía más fuerte el peso social, trataba de ignorar sus miedos pero era imposible, a veces sí quería ser normal. #microcuentos

– Se conocieron cuando sus vidas estaban quebradas. Se miraron, y con el alma se sostuvieron el uno al otro para siempre. #microcuentos

– Tenía todas las cosas que soñó, pero su cuerpo le pasaba la cuenta. Despertaba cansado y con jaqueca, vivía para cumplir. #microcuentos

– Todo fluía perfecto, hace años que no se sentía tan tranquila. Hasta que apareció él y su intensidad para revolverle la vida. #microcuentos

– Aferrado a mamá la miraba somnoliento. Ella cansada y acalorada, lo apoyaba en su pecho para protegerlo del ruido del vagón. #microcuentos

– Le pesaban las manos y caminaba como si el aire oprimiera su cabeza hacia el suelo. Señales de que ya venía la adolescencia. #microcuentos

– Tenían los ojos desorbitados del cansancio, corrían de un lado a otro enojados. Todo por comprar una grandiosa Navidad. #microcuentos

– Mira el cielo oscuro dejando escapar un gran suspiro. Cierra los ojos y lo recuerda en paz, liberada del dolor y la culpa. #microcuentos

– Tenían sólo 16 años de diferencia, la mayor era una niña jugando a ser madre, la más pequeña la cuidaba con paciente madurez. #microcuentos

– La descubrió en un baúl, estaba en una carta escrita a mano con aroma a leña. Luego de leerla su vida nunca más fue la misma. #microcuentos

– No sabía cómo rehacer su vida, había planificado todo junto a ella y ya nada tenía sentido, ahora debía aprender a estar solo. #microcuentos

– Quería ser la envidia de sus amigas, tener casa, esposo e hijos perfectos. Olvidó lo más importante: construir una familia. #microcuentos

– La veía un día a la semana, y la llevaba al parque mientras veía su celular. Creía que con eso su rol de padre esta cumplido. #microcuentos

– Desde los 4 años les enseñaban a pelear enfrentándolos entre pares. Golpeaban sus sueños de infancia para matar su inocencia. #microcuentos

– Apoyada sobre el pecho de mamá, oyendo la suave canción de cuna que entona, cierra sus ojitos entregada a la paz de su amor. #microcuentos

– Llevaban toda una vida juntos, y aún caminaban de la mano, mirándose a los ojos con ternura. Era el reflejo de su complicidad. #microcuentos

– Ambos recordaban claramente su historia juntos, el amor ingenuo de adolescencia, y el vacío que les había quedado, hasta hoy. #microcuentos

– Mirándose tímidamente tras 20 años sin verse, sonrieron con el corazón arrebatado, como la primera vez que se besaron. #microcuentos

– Siguió el aroma varias cuadras, su huella era inconfundible. Al doblar en la esquina se encontraron de frente con el destino. #microcuentos

– Con cuidado tomaba cada hoja, limpiando sus nervaduras y recovecos. Hasta sus ojos emitían el amor que sentía por las plantas. #Microcuentos

– No sabía callar ni ocultar su molestia ante lo que creía injusto. La gente se apartaba, no sabían lidiar con su sinceridad. #microcuentos

– Todo seguía como antes, aromas, colores, y la risa alegre de los niños. Pero un largo silencio les recordó su ausencia. #microcuentos

– Como se creía perfecta siempre criticaba a los demás con agudo desdén, denotando la ignorancia que no era capaz de ver. #microcuentos

– Acostado al sol, entre el ruido de los autos y los pasos de la gente, comenzaba su perruna y tranquila mañana en la ciudad. #microcuentos

– Se fue dejando marcas, luchando por un mundo más justo, creyendo en la paz como la mejor forma de llegar a la libertad. #microcuentos

– A pesar de los años que habían pasado, seguía perfumando la almohada con su aroma al dormir para no sentirse tan sola. #microcuentos

– Contaba los pasos y las veces que pestañeaba, estaba obsesionado con cuidar la equivalencia de los múltiplos de 3 en su vida. #microcuentos

– Vivía desconfiando, buscando pruebas inexistentes para acusarle de traición. No concebía amar y respetar en libertad. #microcuentos

– Por más que intentara dejar el vicio de los «5 minutos más», no lograba abrir los ojos. Ya no recordaba cómo era ser puntual. #microcuentos

– Miraba el boleto ganador mientras pensaba en toda la vida de sacrificios que dejaría atrás. En ese momento sólo podía llorar. #microcuentos

– Sabía que las llamadas a medianoche nunca eran buenas. Contestó y luego de un silencio eterno, explotó en llanto. #microcuentos

– Era difícil ser siempre quien ponía reglas y rutinas, quedando con el alma rota con cada desprecio de un hijo enojado. #microcuentos

– Tenía las manos rotas y la piel reseca, sobre sus piernas acunaba a su hijo mientras vendía golosinas entonando una canción. #microcuentos

– Abrazo cariñoso, besos matutinos con delicadeza y un desayuno calentito. Bellos ritos que forjaban los lazos de su infancia. #microcuentos

– Le quitó los juguetes y la televisión, le prohibió jugar con los amigos y comer golosinas. Lo perdió junto con su autoridad. #microcuentos

– No lograban imaginar el hogar sin ella, ya era muy difícil ver cómo su sonrisa se desgastaba con la creciente agonía. #microcuentos

– Tan concentrado en su celular iba, que no vio el accidente venir. Un gran moretón en el ojo fue la marca de su imprudencia. #microcuentos

– Rayos de sol atravesando los Jacarandás, llenando de colores las calles, sacándole una sonrisa antes de comenzar su rutina. #microcuentos

– Decidida a cambiar su vida tomó la decisión. Ya no sería esclava de sus miedos, nunca más miraría el suelo al caminar. #microcuentos

– Saturados de deberes anidados en frustraciones, escapaban de sí mismos, con la cabeza gacha, y la resignación a cuestas. #microcuentos

– Tantos años juntos, y en realidad no se conocían, seguir todos los días la misma rutina, terminó volviéndolos invisibles. #microcuentos

– Estaba en la edad donde debía hacer grandes cosas, casarse, formar familia, ser exitoso, y él sólo pensaba en sobrevivir. #microcuentos

– Llegó a casa y encontró la macabra sorpresa. La viga superior le sirvió como arma mortal, marcando su vida para siempre. #microcuentos

– No podía resistirse a su mirada profunda, ni a sus manos fuertes abrazándole la cintura. Le derretía el alma y la piel. #microcuentos

– El supermercado lo cambió todo, Don José tuvo que cerrar su negocio abruptamente, y con esto Don Luis perdió a su mejor amigo. #microcuentos

– Se miraron a los ojos, serios, heridos, asumiendo que era tiempo de alejarse antes de ver su historia triturada por el odio. #microcuentos

– En cada rincón acumulaba recuerdos, ocultando la historia que la enloqueció. Con el tiempo, todo se pudrió a sus pies. #microcuentos

– No importaba la silla de ruedas, ni el eco ausente de su voz, él era libre porque desde el silencio había encontrado la paz. #microcuentos

– Con las manos sobre sus muslos, y una gota sobre la frente, miraba al cielo sintiendo el calor intenso de los recuerdos. #microcuentos

– Cada mañana la acompañaba cuidando con cariño sus pasos, la esperaba paciente mientras olía la tierra húmeda del jardín. #microcuentos

– Hoy ellos tienen miedo y lo ocultan en discursos sangrantes y mentiras de rodillas. Quizás es hora de elegir otro camino para vivir.

– Protegiendo sus fortunas, derribaron sueños y alegrías, con la idea de entregarnos una robusta e inhumana economía. #elotrocamino

– Regalando las semillas olvidaron nuestros campos y sonrisas, avalando a los monstruos, sometiendo el ciclo natural de la vida. #elotrocamino

– La alegría nunca llegó, sólo aumentaron las deudas y la desigualdad. Acostumbrándolos a lo material, los engañaron despacito. #microcuentos

– Besándose con pasión en el metro, esbozaban una leve sonrisa cómplice, sin importarles las miradas intrusas de la gente. #microcuentos

– Se veía resuelta y segura, pero tenía miedos que no la dejaban avanzar. Necesitaba olvidar el deber ser, y atreverse a vivir. #microcuentos

-Trabajó 45 años sin parar, llegó la jubilación, y por primera vez en su vida, debía enfrentar sus más profundos temores. #microcuentos

– Hierba Luisa y Toronjil, un poco de azúcar y una pizca de limón. Ese era el secreto para ayudarlo cada noche antes de dormir. #microcuentos

– Vivía de apariencias, buscando éxito y reconocimiento sin importar cómo, llenando los vacíos que atormentaban su ego. #microcuentos

– Escondida en una mirada triste que evoca sueños fallidos, acuna en sus brazos a su pequeño, al que ama con culpa adolescente. #microcuentos

– Perdió el cabello y el tono dorado de su piel, la enfermedad atacaba todo, menos la esperanza de ver a sus hijos crecer. #microcuentos

– Se acostaba con el corazón atormentado, acumulado de presiones y angustias. Sólo su abrazo fuerte lograba hacerla dormir. #microcuentos

– Ocultaba las marcas con maquillaje, creyendo que sería la última vez, convenciéndose de las mentiras que le quemaban la piel. #microcuentos

– No lograba entender ni justificar aquellos actos de injusticia, hacerlo significaba someter la vida de otros a su propio ego. #microcuentos

– Aire denso, colmado de decepciones y angustias. Gente autómata encerrada en sus dolores. Ruido infernal, y un salto al vacío. #microcuentos

– Acostumbrados a una vida de lujos, miraban con desprecio todo lo que les quitaba comodidad, ignorando el odio que construían. #microcuentos

– Atento siempre a los sonidos caminaba despacio, rozando el camino con su bastón, descubriendo junto al viento su ubicación. #microcuentos

– Escondido tras el cinismo vulneraba la vida de la pequeña, luego de cada amenaza, sonreía para que nadie lo descubriera. #microcuentos

– Se acercó lentamente a sus labios sintiendo su respiración, tomó su cintura y, olvidando sus vidas, se amaron sin pudor. #microcuentos

– La capa de mugre en su piel y la ropa sucia lo hacían invisible. Era mejor ignorar que estaba ahí, pidiendo ayuda a gritos. #microcuentos

– Se crió sola en un mundo de carencias y abusos, condenada a la miseria, supo encontrar en la sonrisa de su hija la felicidad. #microcuentos

– Contaba mejor que nadie, siempre de 10 en 10 al ritmo de sus dedos. No sabía leer ni escribir, pero sí sabía de dinero. #microcuentos

– Una gota fría recorría su espalda, la mezcla de olores y ruidos la ahogaba. Sólo necesitaba llegar a casa y descansar. #microcuentos

– Cantando mientras navegaba sobre el Baranduin, recordaba batallas y experiencias plasmadas en su rostro colmado de arrugas. #microcuentos

– La manía de reducir todo a generalidades y estadísticas, terminó llevando a la existencia humana al fin de su riqueza natural. #microcuentos

– Con mucha paciencia tomó los frutos, preparando en una gran olla dulces aromas, que envolverían las sonrisas de sus nietos. #microcuentos

– Cuando se ahogaba y los problemas atacaban su tranquilidad, regaba su jardín, el aroma a tierra húmeda era su mejor calmante. #microcuentos

– Vendió su casa, dejó el trabajo y abrió sus maletas al destino. Decidió cumplir sus sueños y vivir el tiempo sin prisa. #microcuentos

– No importaba lo que dijera, ni cómo lo hacía, justificaba sus errores, y omisiones porque no concebía estar equivocado. #microcuentos

– Entrenados para el éxito, rodeados de ejemplos y batallas que ganar, caminaban hacia el horizonte sin notar su ceguera. #microcuentos

– Una sonrisa inocente iluminaba su rostro colmado de arrugas. Conversaba alegre con los transeúntes, creía que eran su familia. #microcuentos

– Con un gran bostezo contagió a sus papás y abuelos, quienes miraban embelesados la perfección de sus detalles. #microcuentos

– La desigualdad que construyeron durante años hoy daba frutos. Decidían por ellos, y los amarraban a una vida de servicio. #microcuentos

– El hambre de poder y agresión en sus palabras era evidente, y a la vez, tan adictivo que todos terminaban creyéndole. #microcuentos

– Caminando tomados de la mano, conversando sobre lo que viniera a la cabeza sin mentiras ni caretas. Así se enamoraron. #microcuentos

– Tenía una vida tranquila, sin grandes pesares ni problemas, pero no podía apreciarla porque de su boca sólo salían quejas. #microcuentos

– Simplemente no podía permanecer con los ojos abiertos. Mecida con el movimiento del tren de un lado a otro, cabeceaba dormida. #microcuentos

– Vidrios, gritos ensangrentados y un sonido seco y profundo. Tan macabra fue la escena que enmudeció para siempre. #Microcuentos

– Los días pasaban más rápido que antes, sentía que la vida avanzaba rauda y avasalladora, y aún no tenía tiempo para sí misma. #microcuentos

– Miraba su silueta tras la cortina cada noche, imaginando que le pertenecía, planificando un futuro juntos que nunca llegaría. #microcuentos

– Le dio un beso en sus labios mudos, lo miró fijo con sus ojos indomables, y se fue para siempre, dejando su aroma en el aire. #microcuentos

– Vivía a oscuras y con hambre, no pagaba la cuenta de la luz hace meses. El abandono y la pobreza eran crueles con la vejez. #microcuentos

– Un breve silencio inundó el salón. Todos los asistentes sintieron el espíritu de conciencia común, que nace del conocimiento. #microcuentos

– Casi no sonreía y prefería estar en silencio. Sentía vergüenza al abrir su boca y mostrar los pocos dientes que le quedaban. #microcuentos

– Todo pasó mientras se maquillaba manejando su 4×4 sin atender el tránsito. Fue tan grande el susto que aprendió la lección. #microcuentos

– No fueron necesarias las palabras, el vino, ni el coqueteo. Ambos buscaban evadir sus miedos con una noche de placer fugaz. #microcuentos

– Sonreía alegre y disfrutaba de los abrazos, siempre de la mano de mamá miraba el mundo desde su única y especial diferencia. #microcuentos

– Sentir sus brazos rodeándola, mirarlo a los ojos y encontrarse en ellos con dulzura, sólo eso necesitaba para seguir adelante. #microcuentos

– Llena de joyas caminaba altanera, luciendo prendas de moda para sentirse bella. Necesitaba que la envidiaran para ser feliz. #microcuentos

– Era adicta a la ortografía, pasaba tardes enteras corrigiendo periódicos que luego pegaba en las calles a modo de protesta. #microcuentos

– Su cara de desaprobación lo decía todo. Le carcomía la voz, y provocaba en ella la angustia del deber no cumplido. #microcuentos

– Nunca se miraron a los ojos, ni sintieron el tono de su voz. Se conocieron en una dimensión paralela habitada por la razón. #microcuentos

– En cada silencio tragaba frustraciones y pérdidas, acumulando en su cuerpo heridas que dañaban su alma y autoestima. #microcuentos

– Una cálida tarde con el viento entrando por la ventana, tomó la decisión. Ya nada tenía sentido, era tiempo de olvidar. #microcuentos

– Con cada emoción que sentía forjaba su forma de ver el mundo, así modelaba si futuro, desde la grieta de la experiencia. #microcuentos

– Aprovechando que la gente celebraba y reía con euforia popular, firmaban los papeles que usarían para aprobar su maldita ley. #microcuentos

– Subió lentamente su falda mirándolo fijamente a los ojos, esbozando esa sonrisa intensa que le quemaba el alma. #microcuentos

– Sabía que ya no era la misma de hace 50 años. Las arrugas le invadían, pero él la miraba con la misma devoción del primer día. #microcuentos

– Rebotan unas con otras siguiendo el orden universal, chocando entre sí, armando estelas eternas que danzan en el mar. #microcuentos

– Moviéndose al ritmo del viento, danzando y suspirando aroma a tierra húmeda, se deslizan con dulzura celebrando la vida. #microcuentos

– Era mejor que fueran ignorantes, que aspiraran el dinero y las cosas materiales, así podían pensar y decidir por ellos. #microcuentos

– Se acostumbraron a lo desechable, a que todo podía cambiarse con dinero. Olvidaron que el esfuerzo construye lo esencial. #microcuentos

– Buscando el origen del universo, encontró sentido a su existencia. No se limitaría a una verdad única porque todo es relativo. #microcuentos

– Con largas barbas llegaron sobre sus caballos a engañarlos, haciéndoles creer que eran dioses robando su cultura a destajo. #microcuentos

– Pusieron sus esperanzas en el mar, navegaron bajo el cielo oscuro con los sueños a cuestas, y un destino fatal. #microcuentos

– La mecía cantándole suavemente. Tomaba su manito despacio, mientras se miraban a los ojos en profunda e infinita complicidad. #microcuentos

– Con una gran sonrisa saludaba a quienes le daban dinero cada mañana. Sobre su silla de ruedas, inspiraba entusiasmo y alegría. #microcuentos

– Fue duro volver a casa luego de meses en el hospital. Lo más difícil era aceptar que nunca más podría volver a caminar. #microcuentos

– Cerraba los ojos y tapaba sus oídos con desesperación para alejar el dolor. Ya no soportaba el castigo de la migraña diaria. #microcuentos

– Era un hombre de ceño fruncido que criticaba cada cosa que veía, siempre gritándole a otro para que hiciera lo que él exigía. #microcuentos

– Ojos perdidos en el horizonte, pecho apretado, garganta ahogada de lágrimas. Había descubierto la verdad con una sola mirada. #microcuentos

– Cuando la encontraron, tenía una mano empuñada y la cabeza apoyada en un cojín. Dos años pasaron, y nadie notó su ausencia. #microcuentos

– Con esfuerzo montó un pequeño negocio, el gran sueño de su vida. Llegó el mall con su imponencia y destruyó su independencia. #microcuentos

– Desapareció entre sus muslos fríos, azorando sus labios con impaciente devoción. Eran muchos años esperando este momento. #microcuentos

– Amaba el silencio de su mirada colmada de mensajes, ese gesto era la conexión más importante de su relación, la complicidad. #microcuentos

– Nunca imaginó tan trágico final para esa discusión, tan cegada por el enojo estaba, que no se percató que él ya no respiraba. #microcuentos

– Acostumbrado a imponer criterios con el puño sobre la mesa, buscaba respeto y autoridad pisando la autoestima de otros. #microcuentos

– La arrestaron acusándola de traición, nunca más la vieron, simplemente desapareció. 40 años de impunidad sin explicación. #microcuentos

– Sumergidos en complicidad con la mirada en el cielo, conversaban de la vida y sus misterios, descubriéndose en cada palabra. #microcuentos

– Pelo blanco, falda a la rodilla y bolso, partía con paso lento cada mañana en busca de esperanzas para seguir adelante. #microcuentos

– Una ácida gota de envidia recorrió su frente quemándole los ojos, pensando que era el quien merecía todos los elogios. #microcuentos

– Con sus ojitos somnolientos, y tapado hasta la nariz, caminaba de la mano de papá rumbo a un nuevo día de aprendizaje. #microcuentos

– Cegados por la culpa, encerraron a su hijo más de 20 años en un cuarto. Le truncaron la vida para ocultar sus horrores. #microcuentos

– Lo idealizó, perdonando dolores, creyéndole sus mentiras. Al crecer, el brillo desapareció y sólo quedaron las heridas. #microcuentos

– Lo miró a los ojos, conteniendo su corazón arrebatado. Nunca había sentido esa plenitud recíproca al oír palabras de amor. #microcuentos

– No tenía una vida socialmente perfecta, decidió enfrentar su historia desde la libertad compartida y el amor, era feliz. #microcuentos

– Predecía sus gestos al hablar, y amaba la arruga en su nariz al sonreír, la miraba embobado, sólo eso lo hacía feliz. #microcuentos

– Ostentando armamento y disciplina, desfilaban mecánicamente para recordar batallas ganadas a costa de muerte y poder. #microcuentos

– Cada año tomaban la misma fotografía, los nietos alrededor de la abuela, riendo y abrazándose. La descendencia y el amor. #microcuentos

– Vendiendo aspiraciones para ampliar su mercado, quería vaciarles el alma y el cerebro, para dominarlos cual piezas de ajedrez. #microcuentos

– Planificó cada detalle de su vida, estudios, marido, casa, hijos. Tuvo todo lo que quiso, pero no pudo predecir su traición. #microcuentos

– El tiempo perdido no dolía, tampoco la vergüenza, ni las marcas en su cuerpo. Sólo dolía ver el odio en la mirada de su hija. #microcuentos

– Tenía miedo de decirle lo que sentía, miedo a sus espacios y reacciones, a su pobre ego alienado queriendo dominarle la vida. #microcuentos

– Contó hasta tres, juntó aire en sus pulmones y mirando el cielo, se lanzó al vacío sintiendo el aire frío en sus mejillas. #microcuentos

– Buscaba hechos para probar la inconsecuencia de otros, juzgando, sesgando, para luego hablar de sí mismo con enaltecida razón. #microcuentos

– La acercaba a su cuerpo tomándola por las caderas, abrazando su cintura con fuerza, derritiéndole el alma con un suspiro. #microcuentos

– A veces miraba a la gente sólo para recibir de vuelta una sonrisa. Las personas lo esquivaban, pensando que estaba loco. #microcuentos

– Tenían heridas del pasado, fantasmas y dolor. Pero ese fue el camino que los llevó a encontrarse, por eso estaban agradecidos. #microcuentos

– Las estructuras le ayudaban a vivir, horarios, costumbres y rutinas, eran su método para enfrentar el miedo a lo desconocido. #microcuentos

– El llanto opaco de su ira le nublaba la vista mientras oía a su madre gritar de dolor. Le marcaron odio a fuego en el corazón. #microcuentos

– A ella no le importaba ningún bando, ni siquiera sabía leer. Sólo pensaba en su padre, y en el abrazo que necesitaba de él. #microcuentos

– Ese olor putrefacto, y las manos suyas, serían siempre su peor pesadilla. #microcuentos

– Miraba el mar con un nudo en la garganta. Nunca sabría si en la inmensidad de ese oleaje estaba su amor perdido. #microcuentos

– No quería olvidar. Sí, las cosas habían cambiado con el tiempo, pero ese trozo de historia inconclusa marcó toda su vida. #microcuentos

– El miedo terrible, la voz silenciada, las manos culpables y su odio. Para ella no servían las disculpas hipócritas del poder. #microcuentos

– Quemar la historia, callar el espíritu y ocultar el eco de un reencuentro inconcluso. Marcas de cobardía vendida por libertad. #microcuentos

– Ojos rojos, manos empuñadas y silencio entre dientes. Las ganas de explotar con furia hacia el abismo inconsciente. #microcuentos

– No importa lo mal que lo pasara el otro, su problema siempre era peor. Tenía la boca llena de quejas, y sordo el corazón. #microcuentos

– Enfrentaban el mundo tomados de la mano, mirando el presente como el último día de su vida. Era su forma de amarse sin medida. #microcuentos

– Hace unos años, sólo quería tener un minuto de silencio, sin ruidos en casa. Hoy sólo necesitaba alguien a quien saludar. #microcuentos

– Desbordando de los trenes, cual manada de animales arriados, se dirigían al trabajo para forjarle un futuro a su familia. #microcuentos

– Un oscuro silencio invadió la habitación. Las luces de la calle iluminaban el cuerpo desnudo y resaltaban su boca fría entreabierta. #microcuentos

– 10 años de su vida confiando en él y su amor. 3 años de agonía luchando contra la enfermedad que le contagió con su traición. #microcuentos

– No sintió el paso de los años hasta que su cuerpo le dio señales de alerta, el ritmo de vivir al límite no tenía piedad. #microcuentos

– La trató con desdén e indiferencia pensando que nadie lo notaría, no contaba con la mirada de madre que todo lo veía. #microcuentos

– Tenía las manos resecas de cemento y los ojos cansados. Construía edificios importantes soñando el futuro de sus hijos. #microcuentos

– Veía fotos antiguas para no olvidar a quienes ya habían partido. Se emocionaba al ver en sus nietos, la herencia del pasado. #microcuentos

– Inseguridad, culpa, rabia y lágrimas. Ese era el ciclo de su insomnio, pensando que su vida era la más miserable de todas. #microcuentos

– Él siempre tenía la última palabra. Ella, sometida toda su vida, asentía con obediencia llenando el corazón de torturas. #microcuentos

– Con ojos enamorados, y paciencia infinita, la miraba siempre. Era su compañera de vida, aquella que lo amaba con complicidad. #microcuentos

– Tenía compulsión por escribir cada cosa que pensaba o hacía. Sus logros, quejas, penas y alegrías. Vivía del comentario ajeno. #microcuentos

– Cerraba de a poco sus ojitos cansados, sintiendo el ruido de la gente volver a casa, apegadito al pecho cansado de mamá. #microcuentos

– El mundo parecía ir más despacio con el paso de los años. Los días pasaban monótonos a la espera de un nuevo amanecer. #microcuentos

– Oír el ritmo de sus pasos, sentir un suspiro al cerrar la puerta, y saber que debía darle un abrazo para calmar un mal día. #microcuentos

– Bailaba en la calle saludando y sonriendo a todos, su espíritu brillaba como sus ojos al sentirse amada, era feliz a su manera #microcuentos

– Una gran luz en el cielo, una fuerte explosión, y mucha sangre recorriendo las calles. El experimento se comprobó era letal. #microcuentos

– Se miraron en silencio tratando en vano de encontrar una salida. Cerraron su último encuentro, con un beso de despedida. #microcuentos

– Tantos márgenes que cumplir, buen trabajo, excelente madre, perfecta pareja e hija. Tanto sacrificio para luego vivir ahogada. #microcuentos

– Las arrugas en sus ojos sonrientes evidenciaban su espíritu libre, plagado de historias inconclusas, y cicatrices de marfil. #microcuentos

– Siempre en la misma esquina rodeado de perros, espera que algo llegue a su vida, para encontrarle sentido a la existencia. #microcuentos

– Subió al bus como todos los pasajeros, acomodándose bajo un asiento, miraba las caras cansadas de sus compañeros de dos patas. #microcuentos

– Tras varios días sin verse, el mejor momento era cuando se veían a lo lejos, y se miraban hasta calmar el anhelo en un abrazo. #microcuentos

– Casi 75 años las separaban, veían el mundo diferente, pero el amor y hogar las unía. Crecían juntas y compartían su historia. #microcuentos

– Criticaban la masacre horrorizados, olvidando que ellos también habían matado a cientos, dejando secuelas impunes por siempre. #microcuentos

– Recordaba su piel dulce, las manos delgadas, y sus ojos pardos. A pesar del tiempo, no borraba eso de su memoria. #microcuentos

– Una pequeña fuga hacia el mar, comenzó a contaminar la genética de la población. Indolencia y locura fueron sus efectos. #microcuentos

– Deslizando lentamente la punta de los dedos sobre su abdomen, miraba fijamente sus ojos, seduciéndolo con una sonrisa. #microcuentos

– Aún sentía su espíritu radiante. La vida siguió sin su presencia, sin su abrazo, pero la herida de su muerte nunca desvaneció. #microcuentos

– Iba apurado y con jaqueca como a diario. De pronto, un golpe en el pecho lo tiró al suelo, era la última señal de su cuerpo. #microcuentos

– Luego de la explosión supo que moriría. Cerró los ojos y lloró por la vida que no vivió, y por lo injusto de su muerte. #microcuentos

– Aferrada a las cosas y a quienes le rodeaban, vivía pendiente de controlarlo todo, sin entender que nada de eso le pertenecía. #microcuentos

– Ambos cansados luego de la rutina, llegaban a casa para verse apenas unas horas, y dormir abrazados esperando un nuevo día. #microcuentos

– Mantuvo los ojos cerrados tanto tiempo, que cuando llegó el dolor y se los abrió de golpe, se dio cuenta que no sabía llorar. #microcuentos

– Aparecían sus primeras arrugas, y los kilos de más. El tiempo era cruel con la idea de mujer perfecta que necesitaba ser. #microcuentos

– Mientras lo oía en la cocina preparándole el desayuno, sentía cómo ese gesto cotidiano la enamoraba más que cualquier cosa. #microcuentos

– Observaba emocionada cómo dos partes de su vida, de a poco iban entrelazándose, sembrando la historia que tanto anhelaba. #microcuentos

– Brisa marina de invierno, abrazos protectores, y la risa juguetona de su hija. Corazón lleno de energía para seguir adelante. #microcuentos

– Quizás esperaban más uno del otro, o no transaban espacios para convivir. Quizás fue sólo el viento, que los separó al dormir. #microcuentos

– Aprendió que era más sano decirle las cosas directamente, cuando entendió que él razonaba diferente, pero la amaba igual. #microcuentos

– Su mirada le recordaba las malditas manos acariciándole las piernas, y el asqueroso olor de su boca cuando le robó el alma. #microcuentos

– Traía su maletín lleno de papeles y un sombrero de poeta. Vagaba por las calles buscando vidas ignoradas y marcas de historia. #microcuentos

– A pesar de sus arrugas y el cabello blanco, su mirada era la de una niña, clara como el agua de río, e inocente como su alma. #microcuentos

– Para ella todo era gris, nadie podía hacerle sonreír. Había olvidado mirar a los ojos, abrazar y agradecer, sólo sabía exigir. #microcuentos

– Dominaba menoscabando al otro con palabras hirientes. El día que todos vieron su falta de argumentos, su reinado acabó. #microcuentos

– Pasaron años sin hablarse, su soberbia encarnaba las más triste de las emociones. Sólo el cáncer las reunió antes del final. #microcuentos

– Le dedicaba versos y canciones con promesas para enamorarla, era su forma de poseerla como objeto de su adoración. #microcuentos

– Los miedos aparecían de noche, cuando todo estaba en silencio y oía sus pensamientos atormentándole con sombras del pasado. #microcuentos

– Acostados en el pasto comiendo mandarinas, con el sol en sus mejillas, planeaban el futuro con sonrisas de cálida niñez. #microcuentos

– Suspiros ahogados quemándole la garganta por años. Tanto secreto mezclado de tortura, le penetró los huesos, y calcinó su voz. #microcuentos

– Amaba el macabro placer de someterlos con juicios, y disminuir su autoestima. Robarles la integridad para hacerse más fuerte. #microcuentos

– Ese deseo oculto latiendo en su corazón permaneció años sin aflorar, y se fue convirtiendo en el veneno de su frustración. #microcuentos

– Revivía los momentos de agresión en cada lugar de su casa. No podía olvidar el dolor, los gritos y el agujero en su alma. #microcuentos

– Sentir su presencia durante la noche abrazándolo, oír su respiración, tocar sus pies bajo las sábanas. Sencilla felicidad. #microcuentos

– La enfermedad silenciosa se hizo notar cuando había pasado demasiado tiempo. Debilitó su sangre, pero no su pasión por vivir. #microcuentos

– En los pequeños detalles cotidianos lo sentía eterno, una mirada cómplice, una palabra en el momento justo, silencios amantes. #microcuentos

Sentía el pecho inflado con sabiduría y ácidas críticas para comentar. Luego apagaba el computador, y volvía a ser normal. #microcuentos

– No soportaba ver que la vida se le iba de las manos, sin embargo, el egoísmo en su corazón le impedía actuar para ser feliz. #microcuentos

– Veía cómo, poco a poco, sus piernas perdían movilidad. Le costaba subir escaleras y permanecer de pie. Dolía mucho envejecer. #microcuentos

– Su mirada profunda y leal, el abrazo fuerte, y sus palabras tranquilas, era todo lo que necesitaba para apaciguar esa pena. #microcuentos

– Corre, corre, salta una silla, se asoma por la ventana, abre los ojos, suspira, corre otra vez, Do sostenido, silencio. #microcuentos

– Lo miraban de reojo. Tenía los ojos rojos, las manos agrietadas y su ropa sucia. Lo juzgaban sin saber cuál era su desdicha. #microcuentos

– Sabía que todo podía derrumbarse en un segundo y debía seguir adelante. Había vivido eso varias veces, ya no temía perder. #microcuentos

– Había algo en ella, además de sus labios rojos, que lo enloquecía; era la esperanza incierta de lograr lo que tenía prohibido. #microcuentos

– Un tibio rayo de sol sobre su espalda acostada en el pasto mirando el cielo. Ese era el ideal de perfección en ese momento. #microcuentos

– No dejaría que nadie brillara, su meta era caminar sobre los hombros del sabio. No importaba cómo, su lucha era personal. #microcuentos

– Vivía pensando en la figura que quería tener para ser feliz. Como la chica de la revista que deforme quedó de tanto Photoshop. #microcuentos

– Una pequeña espora mortal, alojada en la prenda de aquella tienda extranjera, bastó para desatar la epidemia. #microcuentos

– Apenas respiraba, su pecho jadeaba y tenía los pies congelados. El frío de la cordillera y sus heridas, fueron mortales. #microcuentos

– Los ojos azabaches lo miraban con recelo. Ella era una niña en cultura de tierra mojada. Él era un extraño de corte inglés. #microcuentos

– Caminando en círculos como zombies, desesperados por perder el poder, lanzan bombas de humo para esconder su vergüenza. #microcuentos

– Sentía el ruido de los trenes, los transeúntes apurados queriendo llegar a destino. Los miraba fijo, ensimismado en su locura. #microcuentos

– Mientras todo anda rápido a su alrededor, ellos observan pacientes, movidos por el vaivén del viento esperando el sol. #microcuentos

– Sobre la mesa las manos marcadas y 2 copas vacías. En el sofá, la ropa desordenada, y los pasos ardientes de una espera cruel. #microcuentos

– Miraba la escena con mucha emoción, sabía que estaba lejos aún de que fuera permanente, pero anhelaba tenerlos juntos siempre. #microcuentos

– Todos opinando, diciéndole qué debía hacer. Ella, a sus 11 años, sólo quería cerrar los ojos y despertar de esa pesadilla. #microcuentos

– Cinco armónicos azules, dos naranjos contrapuestos, silencio ocre en el atardecer. Juegos del canto marino en las alturas. #microcuentos

– Eran amantes de transición, siempre atados a su historia, definida con las rupturas y el recuerdo de sus abrazos silenciosos. #microcuentos

– El mundo entero dependía de una partícula. La mínima expresión de energía, definiría el destino de una civilización completa. #microcuentos

– Bien aferrada a su muñeca y el tuto, caminaba rápido de la mano de mamá entre todas las piernas largas para alcanzar el tren. #microcuentos

– Sentía que todo flotaba y que la tierra giraba más rápido que de costumbre. Cerraba fuerte los ojos, y se entregaba al ataque. #microcuentos

– Soñaba con el hogar que nunca tuvo, con comida caliente y ropa limpia al acostarse. A sus 60 años, aún no perdía la esperanza. #Microcuentos

– Como cadáveres abandonados llenos de recuerdos, con maderas roídas y la humedad invadiendo cada recoveco, esperaban su destino #microcuentos

– La única manera que encontró para vivir tranquilo, fue acorazar el alma y cegar el corazón. El resto lo dio por perdido. #microcuentos

– Se levantaba cada mañana con dificultad, abría la ventana y desayunaba en silencio mirando la pared gris frente a su hogar. #microcuentos

– Condenó su infancia, perforó su sonrisa, y opacó su voz. Sometió su inocencia en silencio, cargando sus sueños de amenazas y dolor.

– Sentado en la esquina de siempre junto a su lustrín, miraba los pasos apurados, esperando que alguno necesitara su ayuda. #microcuentos

– Destapó su cuello corriéndole el cabello a un lado, respirando su aroma a madera. Besó despacio sus curvas saboreando dulzura. #microcuentos

– Era experto en adornar la mentira para que pasara inadvertida, con eso la retuvo a su lado mientras planificó su huída. #microcuentos

– Una gota caía sincronizada con el ruido de las hojas en la ventana. Sus latidos disminuían con el vaivén del suspiro invernal. #microcuentos

– Esperas impacientes enclaustradas en la nada. Ecos de esperanzas pérdidas y miedos pegados a la piel seca de ilusiones. #microcuentos

– En las conversaciones de desnuda complicidad era donde se encontraban en medio de la rutina diaria, amándose en cuerpo y alma. #microcuentos

– Sus huesos envejecieron rápido con el esfuerzo que hizo para ganar. Dedicó la vida a su pasión, y aceleró así su enfermedad. #microcuentos

– Pasó toda su vida cerrando las puertas tras de sí para que nada se le escapara. Sólo acumuló polvo y cenizas hasta la muerte. #microcuentos

– Despertó sin saber dónde estaba, miró a su izquierda y estaba él, con la frente ensangrentada y los labios entreabiertos. #microcuentos

– Esperó el quinto tren, así lo había planeado. Se acercó lentamente a la orilla, suspiró profundo, y se lanzó al vacío. #microcuentos

– Violencia silenciosa que ataca desde la cuna, respira impotencia y segrega con astucia. Violencia macabra, vestida de libertad #microcuentos

– Rozando su pierna bajo la mesa, lo miraba coqueta sonriendo suavemente, distrayéndolo de aquella aburrida cena de negocios. #microcuentos

– Escuchaba música mientras cruzaba en esa esquina. Sólo vio la luz que encandiló sus ojos, y el instante donde vio a los suyos. #microcuentos

– El reloj anuncia el pasado presente, los pasos retumban con armónicos de luz, el aire se escapa en el silencio líquido. Y nace el tiempo.

– Derritiéndole la piel con la punta de sus dedos, surcaba cada espacio reviviendo la intensidad de los años perdidos. #microcuentos

– Quería que mamá estuviera ahí, aún cuando dormía. Ponía su piececito sobre los brazos de ella, para sentir su calor constante. #microcuentos

– Sin poder explicar el dolor, y su pecho apretado de tormentos, buscó respuesta en el silencio y enmudeció para siempre. #microcuentos

– Sentados en la plaza, conversaban sobre tiempos pasados. Ya no era fácil entender el mundo, y sentirse parte de él, decían. #microcuentos

– Nariz congelada, brisa entrando por los recovecos de la bufanda, y el alba despuntando. Ritmo de mañana vestida de invierno. #microcuentos

– El olor a lluvia y eucalipto secándose sobre la estufa, le recordaba su infancia, cuando no necesitaba pensar en el futuro. #microcuentos

– Pensó que callando podría esconder la herida, para ver si sanaba con el tiempo. Mientras, el agujero se llenaba de tormentos. #microcuentos

– La cena caliente humeando aromática, dos copas de vino, y sus miradas intensas. La noche era parte de un juego exquisito. #microcuentos

– Sentía el ruido de la lavadora y la tetera hirviendo, el olor al detergente clásico de mamá, y la leche con miel y canela. #microcuentos

– Acariciar la oreja de mamá y sentir sus latidos, mientras cierra los ojitos al ritmo del chupete, ya está lista para dormir. #microcuentos

– Sólo una mirada bastaba para entender lo que pensaban. Habían desarrollado una sincronía tal, que sus ojos hablaban primero. #microcuentos

– Con suaves rasguños naranjos y rosados, abre de a poco el cielo cantando suaves melodías de amanecer. #microcuentos

– Recorriendo lentamente su espalda sentía el calor atravesando sus manos. El susurro de sus labios, y la intensidad de su alma. #microcuentos

– Su madre lo ocultó en un barco sin saber el rumbo. A los 14 años debió enfrentar el exilio en soledad, a causa de una guerra. #microcuentos

– Supo que podía pasar la vida entera con el, cuando se vio entregada al silencio de su abrazo seguro, sin planear su huída. #microcuentos

– Las historias de dolor impunes, queman y se perpetúan con el silencio. Viven encarnadas al sufrimiento, como al adn de sus víctimas.

– Una luz impactando sobre sus ojos, cegándolos hasta la muerte. Miles de historias hundidas en el odio de una guerra sin razón. #microcuentos

– Tenía los labios rotos, impregnados de frío ausente. El hambre ya no dolía, sólo se ahogaba en el susurro de su respiración. #microcuentos

– Una gota deslizándose por su frente. Las mejillas coloradas y la sonrisa extensa, el brillo de sus ojos quemándole la vida. #microcuentos

Especial mamás

– Mientras su madre visitaba a las amigas e iba de compras, su nanita lo recibía del colegio, y le preparaba comidas con amor. #microcuentos

– Se enfrentó de golpe a la realidad. Tenía 17 años, y un vientre por parir. Le temía al futuro, y a su cruda soledad. #microcuentos

– Estaban siempre en desacuerdo discutiendo ideales generacionales. Pero al final del día, se abrazaban intenso antes de dormir. #microcuentos

– Era la edad en que estaban más lejos que nunca. Una quería libertad, la otra protegerla del dolor. Aprendían de a poco a vivir #microcuentos

– Siempre la vio fuerte y heroína, superando todo dolor. Hoy debía cuidarla de su enfermedad como una niña y acunarla con amor. #microcuentos

– Le tocó ser madre y abuela a la vez. Cansada, pero siempre optimista, vivía su juventud con sueños de vuelo. #microcuentos

– Mantuvo su pieza intacta por años, recuerdos con olor a invierno. Esperaba su abrazo alegre cada tarde al volver del colegio. #microcuentos

– No soportaba estar en silencio, sentía la culpa de su ausencia. Los pasillos retumbaban vacíos, develando su miseria. #microcuentos

– Tanta historia zurcida en la piel, poniéndole capas al tiempo, escondiendo heridas en el miedo de una pérdida inminente. #microcuentos

– Como sueño embalsamado, duro y acorazado, se trizaba lento de tan rígido que era. Tanto lo protegió, que terminó asfixiándolo. #microcuentos

– Nunca supo decirle adiós y vivió bajo su remordimiento, atacando sus huesos desnudos, quemando de vez en cuando su conciencia. #microcuentos

– Tenía tanto miedo que no pudo negarse. Oyó sus latidos, lo sintió en su vientre, estaba ahí, sin saber de su cruel destino. #microcuentos

– Vapor saliendo por su boca, ojitos cansados y las ganas de quedarse en casa acurrucada con mamá. Es fome ser grande, pensaba. #microcuentos

– Con cada cosa que aprendía, su espíritu se iluminaba. Sus ganas irrefrenables de crear y compartir, la hacían ser única. #microcuentos

– Sobre las hojas amarillas, el suave vuelo de una tórtola herida. El eco del disparo sonando en el horizonte. Silencio. #microcuentos

– Sus pequeños deditos descubriendo el mundo, tocando con ternura los labios de papá, sintiendo texturas con ansiosa curiosidad. #microcuentos

– Presentía su llegada y acomodaba un lugar para dormir resguardado. La lluvia era traicionera, prefería no verla llegar. #microcuentos

– Enredados en las sábanas, abrazados escuchando la lluvia. Sintiendo el calor de su respiración, viviendo un placer cotidiano. #microcuentos

– No hubo explicaciones, mucho menos despedida. Corriendo con bolso en mano, dejó atrás la historia que la hizo morir en vida. #microcuentos

– Las noches tenían olor a su cabello trenzado al dormir, a sus mejillas suaves y tibias, como el último beso en su memoria. #microcuentos

– Cuando sentía esa angustia en su pecho se asustaba, cada cierto tiempo los ahogos le hacían perder la noción del momento. #microcuentos

– Fuera de discusiones inertes, de cifras y éxitos, se levantaba a diario para luchar por el único mundo que conocía, su hogar. #microcuentos

– Caminaba contando los pasos, sintiendo cada sonido a su alrededor. Había aprendido a ver con sus manos a lo largo de su vida. #microcuentos

– Sólo pensaba en su gesto tan propio de acomodarse el cabello y sonreír con los ojos, mostrándole levemente su cuello desnudo. #microcuentos

– Ese restorán le recordaba a su abuelo. Reservaba una mesa, y brindaba por su memoria, tal como lo hacían juntos por su Nona. #microcuentos

– Con obsesivo cuidado tomó una hebra de su cabello y lo puso en un cristal. Conjuraba palabras para no perderle nunca más. #microcuentos

– Tras 15 años, volvió a la casa donde fue feliz. Habían botado la escalera que construyó su abuelo, ya nada era lo mismo. #microcuentos

– Sentada sobre su espalda acariciándole la cabeza, y mordiendo levemente su oreja, susurraba escenas que latían en su memoria. #microcuentos

– 12 minutos de retraso, viento intenso y la lluvia sobre su cabeza, un estruendo desgarrador. Tres vidas marcaron su suerte. #microcuentos

– La punta de los dedos rozando su boca entreabierta, el muslo derecho sobre su cadera, y la ansiedad de una espera silenciosa. #microcuentos

– Escribir para crear con palabras las imágenes que invaden la memoria. Evocar emociones, construir momentos, recuerdos para vivir el tiempo.

– Veía pasar la tarde mientras se inundaban las calles, angustiada pensaba en sus pequeños solos en casa, esperando su llegada. #microcuentos

– Azul profundo, con suaves pinceladas de nieve, saboreaba las hojas tibias inundando sus senderos de colores y secretos. #microcuentos

– No lograba articular palabra, el frío le consumía la voz. Los ruidos ajenos de la ciudad enmascaraban un poco su dura soledad. #microcuentos

– Los susurros naranjos y efervescentes, dispersan las nubes con brisas cálidas, entonando una canción que llama a la vida. #microcuentos

– Se escondía para pasar desapercibido entre los visitantes, buscando con la mirada una mano amiga que le diera algo de comida. #microcuentos

– Se descubrieron en un día de lluvia, esperando el autobús a casa. El lloraba, y ella con una sonrisa le salvó la vida. #microcuentos

– Encaramada en la higuera, bajo el cielo infinito, junto a los aromos florecidos, imaginaba versos que cantaban dulzura. #microcuentos

– Sembró en su cabeza inseguridades que la ahogaron. Dominó cada aspecto de su vida, matando su libertad y con ello, su cordura. #microcuentos

– Era una mañana como cualquiera despertando en sus brazos, apegada a su pecho tibio, sintiéndose feliz por estar, por vivir. #microcuentos

– Aroma a alerce invadiendo su dormitorio, la madera explotando en la salamandra, y su voz grave susurrándole ilusiones, paz. #microcuentos

– A veces sentía su pecho atado en un eterno ahogo. No sabía si era el aire obtuso que le rodeaba, o sus ganas de huir lejos. #microcuentos

– No podía dejar de mirarla, su pasión al hablar, sus labios rojos y el aroma a madera fresca de su piel, la hacían irresistible #microcuentos

– Plasmaba cada etapa de su vida en la piel. Marcaba con tinta sus aprendizajes y errores, dibujándolos para no olvidar. #microcuentos

– Descubrir en sus ojos pardos, el daño del abuso omnipresente, secuelas de un tiempo enterrado bajo la sonrisa vencida. #microcuentos

– Casi podía sentirlo respirar a su lado, cobijándole los pies bajo las sábanas. El tiempo aún no borraba eso de su memoria. #microcuentos

– Esa combinación perfecta de humor, admiración, sueños y complicidad, construían el mejor fuerte para proteger su historia. #microcuentos

– Pintó de colores la muerte para que pareciera un espectáculo. Re-escribió la historia, ocultando el dolor en el silencio. #microcuentos

– Pequeñas manitos heladas acariciándole el rostro, la voz suave de su pequeña esperando el desayuno, y su sonrisa somnolienta. #microcuentos

– Sólo sentía la gotera en el baño, y la respiración del enemigo en la oscuridad. Tuvo quince segundos para presentir la muerte. #microcuentos

– No supo entender sus señales, tampoco la decisión tras sus palabras. Vivían juntos hace 20 años, pero apenas la conocía. #microcuentos

– Apenas podía salir de la cama. El calor y las ganas de abrazar la cómoda almohada para seguir durmiendo, eran su perdición. #microcuentos

– Amasando dinero en arcas de cristal, construían el imperio perfecto, prestándoles sus ahorros en deudas para hacerlos encajar. #microcuentos

– Abrazada a su pecho, escuchaba cómo los latidos se aceleraban, mientras recorría lentamente los lugares que lo enloquecían. #microcuentos

– Aroma a masas recién horneadas, calor dulce de canela, y los brazos de papá preparando pasteles rellenos de sonrisas. #microcuentos

– Cama improvisada bajo un alero oculta por la neblina, la humedad penetrando sus pies rotos, el suspiro de la desesperanza. #microcuentos

– Le enseñó a creer con el ejemplo, ser exigentes cuando es necesario, y proteger con el alma para construir respeto. #microcuentos

– Emotivo abrazo de admiración mutua. Conversaciones con la mesa llena, y el corazón completo. Ecos de un día especial. #microcuentos

– Revivir la historia apuñalada, hervir las heridas con sal, y pisotear el dolor con olvido. Culpar las cicatrices y su destino. #microcuentos

– El sol sobre sus hombros dorados. Su falda arremangada y el agua cálida en sus muslos fríos. Esa era la libertad que añoraba.

– Un eco distante, sumergido en su cabeza. Pasos apurados, recorriendo el silencio con angustia, un grito profundo, y ausencia.

– Recordaba cuando lo conoció, su corazón arrebatado y temeroso, con ganas de amarlo. Agradecía haberse arriesgado, una vez más.

– Quemó papeles y fotografías, borró mensajes. Hizo todo para eliminarla de su vida, pero no pudo borrar la sangre de sus manos

– El ritmo de su respiración, el leve dulzor de su boca, y las manos frías en su pecho. No necesitaba nada más para ser feliz.

– Tan coqueta y engreída que iba, no vio el escalón. Cayó al suelo y su falda de rompió. Sonrojada, era el centro de atención.

– Hablaba de justicia convencido de su inocencia, con la sonrisa tatuada en llamas, y la obstinación de un héroe resurgido.

– Desde que la tuvo en sus brazos, supo que algo había cambiado. Esos ojitos dulces que la miraban, eran su razón de vivir.

– Llegó a casa, se sacó los zapatos, y se tumbó sobre la cama respirando hondo para contener un suspiro, el primero del día.

– Quería cumplir bien con cada aspecto de su vida. Dedicarle tiempo a los suyos, vivir. Necesitaba agregar más horas al día.

– Apoyada en la almohada, con sus ojos coquetos y la sonrisa tenue, lo invitaba a encontrar sus muslos descubiertos.

– Estuvo sentado tres días en ese lugar sin que nadie lo notara. Sólo cuando comenzó a heder, la gente notó que estaba muerto.

– Desperté y dormía sereno, con su respiración suave de sueño tranquilo. Lo abracé despacio, para sentir su corazón en mi pecho.

– Sus mejillas quemadas por el sol, el brillo opaco de sus ojos ausentes. La mirada perdida en el cielo y un grito desgarrador.

– Reunidos en amor incondicional, sin más palabras que sus ojos húmedos de emoción, esperaban la inminente y dolorosa partida.

– Oler el tiempo susurrándole a los ojos, el suspiro que saboreaban sus besos, escapar en ese abrazo intenso de fuego y rocío.

– Se dio cuenta que quería compartir su vida con ella, porque cuando todo estaba mal, fue la única que le dio tranquilidad.

– Suena el despertador, no hay descanso. Corre a preparar la rutina, los deberes de mamá, ir a trabajar para empezar de nuevo.

– Toda la historia de su vida se reflejaba en sus pies, caminaba firme y cansada, con los talones rotos, y sus sueños perdidos.

– Sol, tinte amarillo verde apurado. Sinfónica luciérnaga, despótica, histérica. Re, morado deslucido, disfónico, intrépido.

– En ese momento crítico descubrió los matices. Colores que nunca había visto, emociones que reprimió y hoy vivía intensamente.

– Se aman por lo que son, y por lo que construyen, en sincronía de emociones que enfrentan juntos el goce y la dificultad.

– Era cáncer. Tomaron sus manos y se abrazaron en un suspiro. Lucharon hasta el último día, mirándose con ojos enamorados.

– Iban al cerro a buscar aventuras, le cantaban al litre, e imaginaban ciudades de rocas. No necesitaban más que su imaginación.

– Despertaba asustada a media noche, y buscaba la cama de mamá. Sentía su corazón, su abrazo, suspiraba y volvía a dormir.

– Conocía cada detalle de su rostro, sus lunares, la cana que trataba de negar, sus labios perfectos. Amaba mirarlo dormir.

– Esperaba impaciente el primer día, con el brillo de sus ojos alegres, y con la certeza que entraría a un mundo de aprendizaje.

– Suave dulzor de anís sobre la almohada almidonada, los grillos en el patio, y la mano de mamá acariciando su frente al dormir.

– Salió de la oscuridad con el hocico respingado ladrándole al vecino, se resbaló con agua, y todo digno, caminó como si nada.

– Todos los días, a la misma hora, pasaba la chica que le regalaba una sonrisa amable. La esperaba ansioso, le debía la vida.

– El vaso de agua, y su libro nocturno quedaron intactos. Una pequeña gota de sangre en sus labios, era la única evidencia.

– Ningún cliché reemplaza la calidez, sonoridad, profundidad y belleza de una palabra bien dicha, en el momento adecuado.

– Dos niñas creciendo juntas, una cumplía un año, la otra tenía 16. Ambas aprendiendo que el amor es inmenso, duele y fortalece.

– Luces de la ciudad apareciendo bajo el cielo violeta, una estela amarilla desbordando el cerro morado, segundos de belleza.

– La cabeza a la altura de su pecho oyendo sus latidos acelerados cuando lo abrazaba fuerte. Sólo eso necesitaba para vivir.

– Sentía el aroma del pan caliente, y la leche con cacao. Imaginaba que vivía un sueño, mientras sus tripas alegaban furiosas.

– Una marca en el cuello la delató, el brillo de sus ojos amantes la liberó. Fue mucho tiempo sometida al deber y la razón.

– Manos de fuego quemándole la cintura con un abrazo forzado. Cimientos de una siniestra y maldita vergüenza alcohólica.

– Caminaba contando los pasos, sintiendo cada sonido a su alrededor. Había aprendido a ver con sus manos a lo largo de su vida.

– Estuvo ahogada por años entre rocas hasta que el viento la guió a tierra, ahí creció y fecundó, bajo la atenta mirada del sol.

– Se veía bella y perfecta a los ojos del mundo. Inteligente, exitosa y señorita. Sometida bajo la falsa libertad del consumo.

– Falsas revoluciones pintándole los ojos, reflejos de vida en la superficie. Cinco manos en sus cabezas editando la vergüenza.

– Martillos en la sien, anulando el pensamiento. Olores penetrantes y ásperos que provocan arcadas. Efectos de un día agitador.

– Sólo una mirada bastaba para ruborizarle, se acercaba lento, acelerando su corazón. Sentir sus manos, entregarse a la emoción.

– Cada noche debía acostarse sola en la cama que antes compartían. Abrazaba su almohada, y se aferraba a su recuerdo.

– Abrazando a su pequeña intentaba subir al tren. No era fácil cumplir sus deberes, luchando con la masa insensible de la mañana.

– Un día comenzó a coleccionar botellas, luego papeles y cajas. Su afán por juntar recuerdos la enloqueció hasta la muerte.

– En un arranque de ira la golpeó sin piedad, su frágil llanto no logró hacerlo parar. Ella era inocente, el era un animal.

– La miraba atento mientras hablaba sin escuchar una palabra de lo que decía, sus labios coquetos, lo tenían hipnotizado.

– Se miraron de un andén a otro. Sonrieron sonrojados, levantando la vista despacio, la rutina los unía cada tarde a las seis.

– Sentía cómo el mundo volvía a su centro cuando lo abrazaba. Se acurrucaba en su pecho, y suspiraba con una sonrisa ligera.

– Hablaban de los buenos tiempos, contaban sobre sus nietos e hijos. Se juntaban en la plaza a endulzar la vida con recuerdos.

– El arsénico penetrando sus poros, lentamente, de manera silenciosa. Una enfermedad escondida, oculta en la impostura.

– Subió el cerro para oír las estrellas. Respiró profundo, llamando a la luna. Besó al viento, y detuvo el tiempo en un suspiro.

– Ese abrazo, guardado por años, frágil e intenso, escondido en su memoria, reaparecía junto a las hojas de la ausencia gris.

– Amaba despertar con sus manitos heladas acariciándole el rostro. Un beso apretado y una gran sonrisa en sus ojos brillantes.

– Un saludo amable mirando a los ojos, una pequeña sonrisa sincera en el andén. Un suspiro agradecido, y comienza un bello día.

– Caminaba solo al colegio cada mañana, mamá debía llevar a su hermana al jardín. A sus cortos 6 años ya debía ser un hombre.

– Amo sus abrazos apretados, la felicidad de su risa al verme llegar. Los besos efusivos y un alegre «¡mamá!». La belleza misma.

– Como creía que era perfecto, siempre menospreciaba a los demás, imponiendo moral y razón. La ceguera ya era irreparable.

– Viajando entre sueños y deberes, entre abrazos nocturnos que sanan pesadillas, y palabras de aliento para el dolor. Así vivía.

– Trataba de recordar aquello que la hizo enamorarse de el. Lo miraba con paciencia, esperando esa señal. Ya era tarde.

– Quería ser sol, para entibiar su alma, quiso ser agua, para nutrir su cuerpo enfermo. Fue eso y más, pues le enseñó a vivir.

– A media noche se encontraban, contándose la vida a través del computador, brindaban por los sueños a la distancia.

– No había sonidos, colores, ni pensamientos. El éxtasis absorbiendo su mente, abusando de la recatada ingenuidad de su fe.

– Miraban el piso pensando en sus problemas. Se encontraron de frente y alzaron la vista. Dos segundos de silencio y un suspiro.

– Lo amaba, con la intensidad del alma, y la convicción de la razón. Con pasión desmedida, esa que une secretos de medianoche.

– Acurrucado en los brazos de papá, sentía el ruido de la calle y el frío en su nariz. Con sus manitos lo acariciaba despacio.

– Una palabra dicha en el momento equivocado. Un abrazo arrepentido nunca entregado. Las manos heladas y el alma destrozada.

– Lo más duro fue aceptar la ausencia, olvidar su beso al despertar, su abrazo al dormir. A vivir el día a día en soledad.

– Ya no luchaba contra su mente torcida de deseos infames, sacudía recuerdos, imaginando la forma de vulnerar ingenuidades.

– El espacio que los separa, es lo que antes los unía perpetuos. El choque de dos vidas que cada cierto tiempo se reencuentran.

– Vivía con el ceño fruncido, alegando por cada cosa que pasaba. Había olvidado disfrutar la belleza de la vida.

– Todo seguía su ciclo natural, por más que tratáramos de detenerlo y manipularlo. La naturaleza se resistía a ser dominada.

– Heredó de su abuelo aquella cortaplumas, hojas perfectas y rojo intenso. Nunca pensó que la usaría para salvar su vida.

– Despertaba de noche con la mandíbula apretada y los ojos secos. La culpa no le permitía dormir, era el precio de su riqueza.

– Mirándolo, sonriendo suavemente recorría su cuello, levantaba una ceja y con sus pies fríos lo atraía a su cintura despierta.

– Cada tarde veía el letrero luminoso que tanto admiraba de pequeño. Le recordaba a su madre, y sus largos viajes en microbús.

– Callados, mirándose con el más profundo rencor, debían verse de nuevo, habían olvidado por qué se terminaron odiando.

– Se encontraban en el semáforo cada mañana. Uno en silla de ruedas, el otro en auto. Intercambian un buenos días y una sonrisa.

– Aprendieron, que luego de cada discusión, lo mejor es un abrazo bien apretado. Así es más fácil dejar de perder el tiempo.

– Pequeñas luces en el horizonte, moviéndose de un lado para otro, agotando sus vidas, consumiendo recuerdos.

– Sentía que todo iba a explotar, no toleraba las multitudes ni el exceso de ruido. Perdía el dominio de su espacio seguro.

– Acomodaba su mentón sobre el cuello de ella, abrazaba sus caderas, y besaba su espalda. La necesitaba para dormir en paz.

– Juntas en el parque, pedaleando y peleando a veces, disfrutaban la tarde inventando historias de amigas sobre ruedas.

– Se desgarraba pensando que había perdido todo por un error imperdonable, que pudo evitar. Ahora no tenía destino ni perdón.

– La luz que apareció de pronto le encandiló. Corrió pero era demasiado tarde. El chofer no tuvo reflejos por culpa del alcohol.

– Bien abrigada y medio dormida en brazos de mamá, sentía su agitada respiración por correr para llegar a tiempo a tomar el bus.

– Sonreía mirando el cielo, mientras la lluvia mojaba su rostro. Admiraba la sencilla de belleza de un ciclo natural cumplido.

– Con tu pasado y presente, en el futuro incierto plagado de luchas y experiencias, vives en mí, cultivando un sueño multicolor.

– Pasaba a diario, silencioso con su bastón por el mismo lugar. Iba a comprar pan con mortadela para la once, siempre a las 6.

– Las luces de la ciudad iluminando tenue. Caras somnolientas, frío, y los sonidos del despertar. Un nuevo día para renacer.

– Adornaba con sonrisitas y diminutivos sus calumnias para hacerlas parecer naturales. Llenaba su boca con la angustia de otros.

– Cuando sentía olor a pan tostado, la tetera sonando y el ruido de los platos sobre la mesa. Sabía que papá estaba por llegar.

– Comenzaba con sonrisas cómplices, su mano rozando el pantalón. Le encantaba incomodarle frente a otros, reteniendo su calor.

– Hacerle entender era lo más difícil que le había tocado, había heredado los genes de su padre, no callaba cuando era debido.

– Las manos bajo su blusa, rodeando su espalda. Miradas intensas, amantes, y el silencio de la noche sobre sus besos acalorados.

– La risa malévola de su interior escapaba de vez en cuando desde sus labios arrugados. Gozaba destruyendo la sonrisa de otro.

– Se encontraron un día de otoño en una vitrina de libros. No importó que él fuera 20 años mayor, no dejaron de mirarse jamás.

– Caminaban de la mano despacio mirando la puesta de sol en silencio. Cincuenta y dos años juntos, y seguían amando ese momento.

– Pagaban su libertad comprando justicia. Juzgaban la pérdida de valores y pedían respeto, con mentira e indolencia en sus ojos.

– Miró sus ojos, y supo que era el momento. Se atrevió a decir todo lo que guardó en su corazón por años. Era libre, al fin.

– Uniendo sus brazos como una cadena lograron sacarlo del mar, estaba inconsciente. Dos minutos más, y habría sido el fin.

– Se encontraron en la calle. 20 años habían pasado desde la última vez. Se miraron sonrojados, bajaron la cabeza, y recordaron.

– Se miraban a los ojos, mientras él los cerraba lentamente, susurrando su apodo con una sonrisa. Fue el recuerdo de su partida.

– Todos los días tenía una pregunta diferente, una sonrisa ingenua, un abrazo espontáneo. Era su razón de vivir, su inspiración.

– La gran nube de humo en sus ojos, la falta de agua y el dolor de perderlo todo. Necesitaba una esperanza para seguir adelante.

– No le importó la vida de quienes usó para lograr su riqueza, conocía la ley, sabía que un enajenado mental no tendría condena.

– Encontró esa fotografía guardada entre cosas antiguas. Era ella, mirándolo con dulzura el día de su despedida.

– Una agónica adrenalina le invadía, había corrido horas y aún no se sentía a salvo, tomó su calibre 88 y puso fin al martirio.

– Caminaban abrazados, disfrutando la luz, apoyándose en los días difíciles. Estar juntos respetándose, era lo más importante.

– Dos segundos sin mirar el horizonte, tres olas entrelazadas en la orilla, los gritos de la gente, y la oscuridad del océano.

– Un cubrecama entre el árbol y la silla. La alfombra de su dormitorio, y sus juguetes. Era la mejor casa de muñecas del mundo.

– Reprimía instintos para usar su intelecto, ahogaba las palabras para herirles con su poder. De a poco perdía su lucidez.

– La música retumbaba, se miraban a lo lejos. Esa noche desconocida, se rieron del destino con besos furtivos en el balcón.

– A la espera de ese momento liberador, sentía a la sombra que le atormentó sin piedad, reconocía el olor putrefacto de su ira.

– Preparó cada detalle para esa noche. 20 años juntos, y lo amaba con locura. No llegó, el alcohol se lo había quitado otra vez.

– Sílaba tras sílaba repetía una y otra vez, bajo la atenta mirada de su madre, aprender este nuevo idioma no era nada fácil.

– Se derritió entre sus manos, como cuando saboreaba chocolate esos días de invierno. Se deshizo en su vientre, y desapareció.

– Sonreía con su gran barba blanca mientras pedía unas monedas en la esquina. Sus ojos de niño travieso, encantaban al instante.

– Apenas se veía su silueta bajo las luces del escenario y sus uñas rojas reflejadas. Sólo se oía el espeso sabor de su voz.

– Dos líneas escritas en un papel que no entendía del todo. Las mejillas rojas de angustia, y el miedo súbito de lo desconocido.

– Subió la colina acompañado de su bastón. Se sentó en la roca, recordando su juventud. El sauce seguía ahí, inmutable.

– Tantos caminos por vivir, y seguía eligiendo lo que no le hacía feliz. El deseo de éxito se convirtió en frustración.

– Su lenguaje eran las miradas en el momento justo y los abrazos. Las palabras las guardaba para cuando fueran indispensables.

– Apareció al amanecer, sintiendo los ruidos de la mañana, apuntaba el horizonte donde nacía el sol, con su rostro iluminado.

– Al anochecer los insectos comenzaban su tarea: Recopilar la comida que los humanos desperdiciaban, antes que amaneciera.

– El abuelo ideó la mejor manera de cosechar la fruta madura. Una caña con un tarrito atado en la punta, herramienta infalible.

– Jugaban a esconderse en las tinajas y los árboles, la hierba y el establo. Cada recoveco de la granja, era un tesoro.

– Levemente inclinadas, las ramas del árbol chocaban y bailaban con la tierra. Como queriendo volver a su origen sereno.

– Corría por el pasto húmedo, el sol en su cabello azabache y sus piernas doradas. Alzaba los brazos, sintiendo el viento silbar.

– Una intensa humareda se veía a lo lejos desde el camino. Las casas, sus chimeneas y el aroma a pino les daban la bienvenida.

– Despertó durante la noche, acarició su rostro, y descubrió que nunca antes había sentido ese momento de felicidad nocturna.

– El canto de los pájaros por la mañana, contrastaba con las huellas del crimen de la noche anterior. En la luna, la evidencia.

– Desconfiaba de cada cosa que hacían los demás inventando formas para protegerse de los otros. Terminó perdiendo su integridad.

– Sintieron los caballos bajando el cerro, temblaba, no podían mantenerse en pie. Cerraron los ojos y se entregaron al fin.

– Dentro de cuatro paredes planeaban su futuro amparados en la ley. Afuera, los otros, creían a ojos cerrados sus mentiras.

– Aprendían tan poco de su historia, que la repetían una y otra vez, estancando la putrefacción por décadas.

– Se miraban en silencio, adivinando sus pensamientos. Sonreían intercambiando emociones, haciendo de la espera una aventura.

– Los instintos primitivos afloraban con furia cuando se movían tras el balón, sentían el inexplicable sabor del triunfo.

– Una suave mirada, media sonrisa somnolienta, un abrazo estirado y la luz de un nuevo día. Los detalles de la felicidad.

– Dormía con una pierna sobre sus muslos, él rodeaba su cadera despacio, rozándole la cintura. Era su rito de buen dormir.

– Recibía las frustraciones de ella con gritos grises e impotencia. Ahogaba sus abrazos en lágrimas nocturnas y soledad.

– Sonreír, obedecer y callar. Así la habían educado para servir a su marido y merecer una familia. Ella eligió la soledad.

– Despertó con las marcas hechas por la presión de sus uñas. Sus manos empuñadas, eran el eco de ese maldito recuerdo.

– Ella lo amaba, admirándolo desde su ingenuidad, buscando su aprobación en cada abrazo. Él la evitaba, no quería ser papá.

– Sentía ese dolor que se acumula y termina explotando con el tiempo. Ese que anula las certezas y te ahoga en un suspiro.

– Persigue el calvario de cada nota tras la angustia de sus manos enfermas. Sueña que vuelan, como lo hacían en antaño.

– De pronto comenzaron a salir, rojas y desagradables invadieron todo su rostro. Todos habían sufrido con su llegada alguna vez.

– La alzó del cabello, subiéndola a su lomo. Galopó por la hiedra húmeda, y dejó su cuerpo en las cenizas, juntos a los suyos.

– El vapor de su frente sobre las manos gastadas, el frío nocturno, sus botas de sueños frustrados, y ese disparo certero.

– Oír ese aroma ligero, sentir sus pensamientos rodeando la comisura de sus labios escapando de los brazos ausentes.

– Quiero encontrarte en un suspiro, sentir tus manos en mis caderas, y oler tus ojos penetrando mi sonrisa.

– Tantos años ocultando su sonrisa, tapando su boca al comer. La vida opacó el brillo que iluminaba su cara. Hoy volvía a nacer.

– Manos azules de tierra invernal cavando raíces, sintiendo el aroma, despertando de un trance hacia los cantos del viento.

– Pausas, siluetas de agua cromática, deteniendo el tiempo con el sonido, la lluvia, el mar, las voces del silencio.

– La ola se acercaba rápidamente, se aferró a la roca con fuerza. El agua lo empapó, hundiéndole la cara. Tuvo suerte está vez.

– Él rodeaba su cintura, tomándola despacio, besaba su cuello lentamente mientras cocinaba. Ella sonreía y suspiraba emocionada.

– Todo se detiene, no hay sonidos ni respiración. Los ojos en un punto fijo, atados al latir del corazón inmóvil, seco.

– Esa mirada, y su silencio lo dijeron todo. Ya no iba a soportarlo más, había sido suficiente. Fue la mejor decisión de su vida.

– Sentía como le recorría la espalda, bajando lentamente hasta desvanecerse. El resultado de los 36 grados de calor era evidente.

– No encontraba forma de borrar sus recuerdos. Cada rincón de la casa le recordaba a ella. La noche gritaba su ausencia.

– Le recibía una bocanada tibia, con aroma a pan y vainilla. Las primeras luces de la mañana y el frío remeciendo sus huesos.

– Con graciosa armonía, susurraban al viento sus llamados. De árbol en árbol cantaban, inventando historias de vuelos soñados.

– Punto contra punto, esquivando el silencio, corría violeta sus tonos, desapareciendo entre los versos. Una pausa, su muerte.

– Descaradamente culpaba a otros de sus problemas, traspasando su responsabilidad, e hiriendo a quienes le decían la verdad.

– La gente lo miraba con recelo. Dormía en el suelo, sucio y maloliente. No sabían que alguna vez, él también fue como ellos.

– Cerró los ojos esperando una repuesta. Suspiró profundo, y exhaló sonriendo, ese momento había llegado, sólo faltaba creer.

– Lo dijo como un leve murmullo, hace 10 años que no lo hacía. La miraba, y agradecía haber guardado esas palabras para ella.

– Naranjos rasguños en el cielo, conteniendo el vuelo de los pájaros. Siluetas marcadas en el horizonte con tintes de polifonía.

– Incrustando mentiras en sus ojos, traspasándolas a sus cerebros, el cínico cegaba las voces del tiempo con agujas de veneno.

– Lavaba sus manos con exagerada obsesión, intentando limpiar los recuerdos de aquel día, nada borraba esos ojos malditos.

– Apoyó la cabeza en su pecho, esperando sentir latidos, tocó su vientre, sus labios. Tenía dos lágrimas secas en sus mejillas.

– Veía por televisión la fiesta de otros, abrazos, alegría y buenos deseos. Él estaba ahí, unido a su habitual soledad.

– Tomaba su rostro con delicadeza para besarla, su mirada segura y cálida, remecía todo su ser. No necesita nada más, era feliz.

– Los abrazos emocionados, llenos de esperanzas para un nuevo año. Sus anhelos y fuerzas renovadas para guiar sus sueños.

– Iba enojado y desconcentrado adelantando a todos. Ella, caminaba despacio, como sus piernas lo permitían. Un segundo, el fin.

– Se encontraban todos los días en el bus camino al trabajo. Una sonrisa amable bastaba para hacer más llevadero su trayecto.

– Le hacía imaginar las más excitantes escenas con sus palabras, sentía como su corazón acelerado la anhelaba con locura.

– Genes manchados con sangre, educación del éxito, y su infancia sacrificada para el poder, forjaron su indolencia y crueldad.

– La voz temblorosa y el olor a pólvora, evidenciaban el delito. Todo había salido perfecto, excepto esa huella en su camisa.

– Descubrió el origen de su angustia constante, vio que esa vida no le pertenecía, y poco a poco, se anularía por completo.

– Eran top ten en las listas de crecimiento económico mundial, mientras la gente seguía endeudándose para sobrevivir y estudiar.

– Adoptó la mirada desafiante en su rostro, esa que delataba sus terribles pensamientos. El escudo perfecto contra el miedo.

– Besar sus labios rojos y su cuello con sabor a vainilla. Una mirada cómplice y la emoción de un encuentro prohibido.

– Cerró los ojos, y sintió el mundo girando, el corazón acelerado, y un vacío agrio en el estómago. Había tomado demasiado.

– Lo esperaba con una gran sonrisa ilusionada, extrañaba verlo y abrazarlo. Él sólo quería cumplir su deber, e ir a dormir.

– En fechas de celebración y tumulto, se le ocurrían los mejores y más pintorescos improperios para gritar. Era todo un artista.

– Las comidas ricas, aromas dulces, sonrisas de ansiedad e ilusión, era lo que más disfrutaba de la tradición familiar.

– Hasta 24 cuotas tenían para hacer feliz a sus niños, además el regalo servía para que los dejaran en paz el fin de semana.

– Cerró los ojos con fuerza, esperando que su deseo de paz mundial se hiciera realidad. Al rato, siguió burlándose por tuiter.

– A veces regresaban las voces. Aquellas que inundaban de miedos e inseguridades su cabeza, opacando su felicidad.

– Muchas veces pensaba que su desgracia no podía compararse con nada y se lamentaba. Se le pudrió el alma y la razón.

– El sol brillaba con fuerza, los pajaritos cantaban como de costumbre. Era un nuevo día para ver la magia de las cosas simples.

– Las ventanas del bus transpiradas, cansancio acumulado, mal humor generalizado y la ciudad inundada por una lluvia tropical.

– Corría arrancando de la sombra perversa. Cuando llegó al acantilado, esta vez no despertó, sólo se entregó al viento.

– El desequilibrio eléctrico en su cerebro, y la carencia emocional, le llevaron a una pesadilla. Abrió fuego y acabó con todo.

– Llegaba del colegio, y su nanita lo recibía con abrazos, cariño y comida. No entendía por qué no podía llamarla «mamá».

– Suave, cerrando los ojos, siente el aroma de la tierra húmeda junto a ese encuentro prohibido. Sonríe, desatando sus malicias.

– Oía conversaciones ajenas para informar a su jefe de todo lo que hacían los demás. Se llenaba de amigos falsos para aparentar.

– Dos palabras recitadas con dulzura desde su voz grave. Cinco minutos de silencio, y la espera de una respuesta inexistente.

– Aire obtuso y el calor derritiendo su paciencia. Las bocinas y el cansancio acumulado le resonaban en la cabeza, no daba más.

– Él la insulta enojado, ella atemorizada trata de suavizarlo con un beso. Sólo me costará tres años y un día, pensó.

– Llevaba en su mochila tijeras de podar, sus manos oscuras y los ojos cansados. Embellecía los jardines sembrando sueños.

– Miraba por la ventana, conteniendo las ganas de llorar. La solución no estaba en sus manos, sólo le quedaba confiar.

– Lo cuidó hasta el día de su muerte, aceptándole infidelidades y dolores. Nadie entendió nunca, sólo ella conocía ese miedo.

– Recogía su cabello con delicadeza, impregnando aroma a jazmín. Él la miraba extasiado, ocultándose tras el pimiento florecido.

– Cuando era joven, tenía a todas las mujeres que quería, nunca se enamoró. Envejeció y se convirtió en un anciano solo y mirón.

– Caminaba despacio por la vía, equilibrándose en la línea principal. Sabía que en algún momento alguien no lograría esquivarlo.

– En su ingenua burbuja no existía el hambre, el frío ni la enfermedad. La gente que padecía de eso, eran flojos aprovechados.

– Sentía un suave suspiro, que terminaba en una enorme bocanada resonando en su nariz. Ella tapaba sus oídos y trataba de dormir.

– Bostezó, cerró el libro, apagó la luz, y se acomodó en la almohada. Fue su última noche, tan normal como cualquiera.

– Cuando sentía que se acostumbraba a las rutinas, olvidaba todo y escapaba. No podía vivir, sin tener el corazón arrebatado.

– Se le escapa un suspiro, piensa en sus manos, y el efecto que tenían sobre su piel. Cierra sus ojos un momento, sonríe.

– Había desarrollado una increíble capacidad de dormir de pie en cualquier parte. El precio de la vida moderna.

– Ponía «like» a todas las fotos de gente sufriendo, para cambiar el mundo. Alguien tenía que hacer algo ante tanta injusticia.

Su hija la llevaba todos los dias al metro en silla de ruedas a pedir dinero. La acompañaba su tarrito, y el eco de su soledad.

– Sentía el pecho inflado con sabiduría y ácidas críticas para comentar. Luego apagaba el computador, y volvía a ser normal.

– Las rutinas le ayudaban a estructurar y calmar su ansiedad. Se hizo adicto a planificar todo con detalle, ese orden lo mató.

– Sentía que todo acababa, las manos le sudaban, le faltaba el aire. El mundo estaba vacío, negro y agudo. Era una nueva crisis.

– Pasaban los minutos, todos se miraban serios, como esperando ganar una carrera. Abrían las puertas, y ganaba el más fuerte.

– Las huellas escritas en su blusa blanca, el silencio culpable, sus ojos esquivos. El beso delator que detuvo su sonrisa.

– Explotar con el sonido de las olas, sobre aquella roca cómplice, que nos recuerda, que somos vulnerables a querernos.

– La brisa marina en su rostro, y el aroma a merluza frita, le recordaban sus mejores momentos, cuando sus abuelos aún vivían.

– Ese olor putrefacto, y las manos suyas, serían siempre su peor pesadilla.

– Tacones blancos, pantalón ajustado y escote. Sus arrugas de 50 no eran impedimento para mirar sus brazos de 20 con deseo.

– Viejito, me enseñaste todo lo que sé, mis primeros pasos, me ayudaste a crecer. Hoy yo lo haré por ti, le dijo emocionada.

– La vida de otros para calmar su odio, el dolor de una madre ausente para cuidar su fortuna, el eco de una esperanza perdida.

– Recordaba las manos de mamá, el aroma a tierra, y el sol dorando su espalda. El mundo se veía más pequeño en ese entonces.

– Juntaban los libros en un carrito y los intercambiaban, iban pasando por las calles, prestándose historias y conocimiento.

– La sonrisa más pura y natural, es aquella que resulta de una emoción profunda, de un abrir los ojos hacia lo que nos hace sentir vivos.

– Estaba molesta, algo le comprimía el pecho y las ideas. La constante agresividad de sus juicios la podrían por dentro.

– Complacían sus caprichos, y permitían sus abusos. Temían a su mano poderosa, asesina y malévola. Eran esclavos de su sombra.

– En el brote de sus ojos grises inundados de dolor, hastiados de penumbra, ahí, en ellos, reflejaba el destino de su mente.

– Era muy amable con todos, siempre buscaba agradar. Nadie imaginaba que en su mente, deseaba las peores desgracias para ellos.

– Contrapuesta
Sus pies, danzando sobre la hierba húmeda, saltando con dulzura, mirando sus ojos negros a través de las flores rojas. El aire tibio y sus mejillas coloradas, sabor a naranja y uva, sonrisas coquetas, iluminadas con el aroma de las hojas, ese momento, cuando descubrió la tibieza de sus labios.

– Sus arrugas bajo los lentes oscuros, jeans, camisa entreabierta, y peineta en el bolsillo del pantalón. Era todo un rockstar.

– Cada tarde, bailaba en la avenida principal, saltaba y cantaba, sacándole una sonrisa a los transeúntes. Con eso era feliz.

– Ansiaba que la tomaran en brazos. Siempre alzaba sus bracitos al techo, tanto lo miraba desde su cuna que necesitaba tocarlo.

– Cuando tengo que rasurar mis orejas y nariz, es cuando me doy cuenta que he disfrutado dos tercios de mi vida. (microcuento escrito por mi papá)

– Subía al metro y se ubicaba en un rincón estratégico. Observa a las personas, oía lo que decían y anotaba ideas para escribir

– Deslizó lentamente la mano sobre su pantalón, lo miró fijo, esperando su respuesta. La risa nerviosa de él, lo dijo todo.

-Recorrió cada parte de su cuerpo lentamente, miró su obra de arte con dramática locura. Lo embalsamó y le puso traje de seda.

– A pesar de las desiluciones, no perdía la esperanza. A los 67 años lo conoció, vivieron sus últimos 5 meses de vida juntos.

– Cuando se aburría del lugar seguro, lo buscaba por la noche, mientras todos dormían. Encontrándose con su ansiada libertad.

– Ojos ardiendo, nariz irritada, y estornudos eternos. La alergia era su calvario diario por haber escapado a la ciudad.

– Las quemaduras en su espalda y mejillas, evidenciaban una vida de esfuerzo. Cada tarde oraba con esperanzas de un día mejor.

– Se quebraron los recuerdos en el dolor, oxidados en el eco de sus besos. Gritó, suplicando olvidar las marcas que le dejó.

– La familia reunida, los niños gritando y la mesa repleta. Olor a carne en la parrilla y la risa tranquila de la abuela.

– Era uno de esos momentos que duran segundos, pero construyen toda una vida. Se miraban con emoción, entregados al tiempo.

– Acarició su cabello despacio, miró los ojos dulces y la admiración de su reflejo. Se vio a sí misma, cuando observaba a mamá.

– Estaban convencidos que la ignorancia que impusieron por años, les aseguraría el poder. Hoy sólo les quedaba amarrarlo por ley.

– La observaba, imitando cada detalle. Su sonrisa, el movimiento de sus manos, sus expresiones. La admiraba como a nadie.

– Una mañana despertó diferente, su corazón latía más tranquilo, las preocupaciones no le atormentaban. Miró el cielo, sonrío.

– Las nubes cerraban el cielo inundando de sombras, afilando el vacío. Los murmullos se oían a lo lejos, era su despedida.

– Un grito anunció su partida, eran las 3:45, los ojos entreabiertos y la oscuridad infinita.

– Una brisa azulada se colaba por la ventana, aromos en flor, un pequeño suspiro y los ojos bien abiertos, era un nuevo día.

– Las piernas largas deslizándose despacio, sus zapatos de tacón y el aire de boliche tanguero. Moría con el ritmo en sus ojos.

– Se filtraba con suavidad, buscando las nervaduras de las hojas y la sed de la tierra, nutriendo la vida y sus ciclos.

– Cuando descubrió que era más fácil abrazar y sonreír, antes que lamentarse por las pérdidas, comprendió cuánto tiempo había perdido.

– Acaricia su cabello mientras lo veía dormir. Sonreía emocionada con los ojos brillantes y el corazón acelerado, era feliz.

– Cilantro, ají, cebollín y limón; marraqueta caliente y la sopa de verduras de la Gueli. Su día estaba completo.

– Tres disparos en el pecho, fue el precio que pagó por una mancha de labial en su camisa, y dos cabellos rubios en su chaqueta.

– Veinte días pasaron. La maleza en su jardín indicaba su ausencia, pero nadie lo notó. Sólo el hedor logró anunciar su muerte.

– Recorrió su cuello lentamente, saboreando el aroma de su perfume. Cerró los ojos, suspiró… la había perdido para siempre.

– El sonido de las botas sobre el piso de madera, el olor a cigarrillo y metal de su piel. El odio perpetuo, su voz silenciada.

– Sentía que se desmayaría. La culpa y el miedo penetraban su mente, el vacío en el estómago lo delataba. Era el fin.

– Extrañaba su aroma, los sabios consejos y el abrazo nocturno que duraba hasta el amanecer. Nunca dejaría de amarla.

– Quería llegar al cielo, a las nubes. Subió la montaña nevada, esperó que el sol lo convirtiera en río, y se evaporó en el mar.

– Sus grandes ojos grises miraban con sorpresa, las caras sonriéndole, las lágrimas de amor de mamá. El comienzo de su camino.

– Cada nueva palabra iluminaba sus ojos aprendices, imaginaba los personajes, construía escenas. Conocía la magia de leer.

– La acariciaba, rodeando la curva de sus caderas igual que hace veinte años. Ella reía sonrojada, como cuando se amaban a escondidas

– Amaba el macabro placer de someterlos con juicios, y disminuir su autoestima. Robarles la integridad para hacerse más fuerte.

– La violencia en sus ojos y palabras podridas. El daño, acorralado en sus venas, latiendo furioso, como espina en el zorzal.

– Intentaba cruzar la lluvia sorpresiva con sus alas pesadas. Volaba desesperada al nido, donde sus crías piaban asustadas.

– Ojos reventados, y sus manos inquietas. Los versos malditos sobre la noche estrellada. Cantos de una mentira indolente.

– Desabotonó la blusa lentamente, mirándolo fijo. Se acercó a sus labios tocando el pelo con su mejilla. Cambió amor por deseo.

– Le asustaban las noches de lluvia, oía ruidos en toda la casa, pasos en el techo y la voz de ella, confabulando en su ventana.

– Todo se nubla, los pasos, el cielo y la mente. Los espejos se trizan en sus cabezas, y la risa estúpida revienta sus oídos.

– Cada mañana despertaba a mamá con un beso, sonriendo con sus ojitos limpios y alegres. Era el mejor momento del día.

– Durante años bloqueó la verdad para vivir una realidad soportable. Huyó de su pasado, esperando que algún día desapareciera.

– Era tan poco el rato que podían estar juntos, que apenas se veían, se abrazaban largo rato, esperando que el día no terminara.

– No podía olvidar ese momento, lo revivía en su memoria una y otra vez. Ese día la había perdido, y había comenzado su tortura.

– A veces, la invadía el abismo y le apretaba el pecho. Sentía las culpas quemándole la sien, borrando sus recuerdos felices.

– Con las manos llenas de sangre, los bolsillos llenos y sus contactos bien provistos, dejó el sillón, impune casi como un héroe.

– Los ridículos trajes sobre su cama, y la jaqueca con la que despertaba, le indicaban que nuevamente había perdido la memoria.

– Corrió hacia la voz de su hija, no podía encontrarla, estaba desesperado, los cadáveres se acercaban hambrientos, debía salir.

– De pronto, sintió pasos sigilosos, la casa quedó a oscuras. «¡Papá, ven!» escuchó. Su corazón se detuvo, ellos habían entrado.

– Con fatídico temor, cerró la cortina y fue en busca de su pequeña. No estaba en la cama, había desaparecido. Sólo oía gritos.

– Despertó con los aullidos guturales del fondo de la tierra, miró por la ventana, frente a el, un espectro sin ojos le acechaba

– El cielo morado se mezclaba con los ribetes amarillos de su blusa. Su cabello flotaba, como los labios rojos en su almohada.

– En su ropero vivían los más divertidos monstruos, unos tenían patas de oso y otros ojos de grillo, todos sonreían diferente.

– Sentía el aire entrando por la piel, desnudándola con sus manos de rocío, de nubes heladas, a punto de explotar en llanto.

– Oía su respiración, suave, cálida como sus besos. Él, entregado, desvanecía el dolor de su pérdida en mis abrazos.

– Sacó sus gafas con suavidad, se sacó los zapatos, pisó el pasto húmedo, y esbozó una sonrisa. Había llegado el momento.

– Sentían el ruido a lo lejos, acercándose con furia intransigente. Atormentaban su inocencia, sometiéndolos a su voluntad.

– El aire negro entraba por los rincones, invadiéndolo todo. Gritos desgarradores, bocinas, y sus ojos ardiendo de ira y terror.

– El aire negro entraba por los rincones, invadiéndolo todo. Gritos desgarradores, bocinas, y sus ojos ardiendo de ira y terror.

– No quiero ocultar mis defectos, tampoco protegerme de ti. Quiero que al vernos, sepamos quienes somos y por eso, nos amemos.

– Se miraron como nunca antes. No dijeron palabra alguna, sonrieron, se besaron, y luego de un abrazo, siguieron trabajando.

– Mejillas arreboladas, sonrientes. En sus manos, un pastel de barro recién salido del horno, la magia de sus ojos brillantes.

– Con recelo y desconfianza, mirando sobre los hombros, juzgaba la vida de otros con egocéntrica virtud de méritos vacíos.

– Uno a uno,eligió los detalles, la ropa y el color de sus labios. Cuando cayó la noche,puso fin a sus manías con una calibre 22.

– Lo que había a su alrededor era espejismo de los dictadores de conciencia: miedos, deberes y saberes. Un sistema infalible.

– Hervir ese momento, que se evapore, y vuelva a surgir como gas metano, encender un fósforo y reír.

– Habían aprendido a mentir tan bien, que olvidaron qué estaban ocultando. Eran tantas cosas que ya ni siquiera sentían culpa.

– Clavo de olor y nuez moscada, el aroma caliente de sus cariños. Manos marcadas de esfuerzo, y su recuerdo en el paladar.

– Una marca en su sien, como bala impregnada en el cráneo, sollozando las palabras que le quemaron el vientre, y la fe.

– Observa para comprender, escucha para sentir, y lee para entender. Claves para pensar antes de malgastar tus palabras.

– Verde, agua (un silbido del viento curioso), pasos tímidos de la intrusa, observando con ojos metiches. La lluvia y su ritmo.

– Una vieja bolsa sobre el sillón, llena de lanas de colores, las manos gruesas de ella, tejiendo para cumplir sus sueños.

– Momentos que duran unos segundos, pero que cambian toda la vida. Esos, que te abren los ojos al temor y limpian la conciencia.

– Pequeñas gotas de rocío caían en su vientre, impregnándose en sus poros, nutriendo las llagas del verano, amante, cristalino.

– No sabía si todos aparentaban, o ella era muy exigente con su felicidad. Tapaba con silencio los llantos de su insatisfacción.

– Abrazadas, sus rostros cansados, volvían a casa mirando el cielo plagado de sueños y esperanzas. Eran su motor para sobrevivir.

– El aire buscando entrar por los recovecos, colándose por las curvas del sauce, cantando alegre la vida despierta.

– Ordenaba sus cosas de a tres, alineados en una recta perfecta. Triangulaba el tiempo-espacio para huir a la eternidad.

– Calló mentiras e injusticias por evitar dolor a sus hijos. Permitió tanto que estalló cual bomba de tiempo, matándolo todo.

– Enorgullecerse de glorias pasadas, pisando la historia con zapateos de cueca, todo es fiesta, cuando el dolor no reclama.

– Con suntuosos uniformes y entrenadas marchas, mostraban a la gente su poder, ganado por las armas.

– Le decía que cambiaría, ella lo admiraba, era su padre. Llegó un día que dejó de creerle, y vio la realidad. Él se quedó solo.

– Oír el sonido del viento, correr por la tierra tibia, oler el cariño amasado y sonreír en familia por las historias pasadas.

– Con el tiempo se puede perder la magia, pero llega la realidad, que es mucho mejor porque es la construcción de la vida juntos

– Ahogo negro de impotencia espesa. Palabras que escupen frustraciones y llantos. El claustro de la mente cuando no reacciona.

– Sembró la duda en sus cabezas, la inseguridad de temer a la muerte. Con látigos de culpa, miedo y horror, los sometió.

– Sintió un golpe en el pecho, mil caballos galopando, sus ojos se cerraron despacio, soñó que volvía a su campo, y ahí se quedó.

– Los niños jugando, con tierra de la cabeza a los pies. Sus risas morenas, blancas y alegres, llamando a la luna con su cantar.

– Una mañana, al abrir los ojos, descubrió que había cambiado, el ritmo del tiempo se convirtió en líquido cristalino, sonrió.

– Tenían necesidad de raíces e historia, de entendimiento. Cuando se desgarra un pueblo, las heridas queman en la memoria.

– Todo el día atenta, esperando sus noticias. Esperó, con el vacío y silencio habitual de su ingenua esperanza.

– Esos cartones eran su tesoro para pasar la noche. Sentía el sonido del río y el olor a la fogata a su costado, eran su hogar.

– Ahí, entre cuatro paredes terminaría su destino, ahogada con el grito seco de la condena. Sin haber cometido crimen alguno.

– Rompió en llanto, el agobio la había superado. Los brazos rígidos sobre sus rodillas. La mirada perdida en el abismo.

– Rascó la tierra buscando salida, sus manos destruidas lograron excavar unos pocos metros, estaba todo negro, incluso su voz.

– Lo miró una vez más, buscando justificaciones para no dejarlo. Observó sus ojos sombríos, lejanos y se despidió para siempre.

– Le voló los sesos por traición… y por gusto también.

– Desde el árbol podía ver el mundo de los grandes, todo era sucio y olía a humo. Me gusta estar más cerca de la tierra, pensó.

– Un día llegó a casa y su padre no estuvo más. Lo esperó a diario por diez años, pero sólo tuvo el eco de sus brazos fuertes.

– Encontrar tu fotografía, esa que recuperaron los soñadores y te mantiene viva. Oler los recuerdos, con el dolor de tu ausencia.

– La única forma de sanar sus heridas, era parando la impunidad con su voz. Ellos, pisoteaban su memoria y escupían su dolor.

– Si pudieran verse, descubrirían por qué son diferentes, pero el abismo perverso que los separa, cegó para siempre su voluntad.

– Mientras esperaban que llegara la alegría, vendían su libertad en varias cuotas. Sin darse cuenta, vivían amarrados nuevamente

– Con una grieta en su pecho, abierta con la indolencia del silencio, escupía fuego de muerte y cantos de abrazos incompletos.

– Había sido su mejor amiga, jugando juntas de pequeñas y acompañándola en todas sus penas, siempre con su mirada incondicional.

– Estaba entre los árboles, acechando, mirándola tan cerca que podía sentir su respiración. Ella no supo de él, hasta aquel día.

– Luego de haber torturado, matado y sacrificado su humanidad por servir al demonio, se victimizaba con llantos mentirosos.

– De un momento a otro su corazón dejó de latir, 32 años, dos hijas pequeñas. Siempre con una sonrisa, iluminaba la oscuridad.

– Acurrucada en el pecho de mamá suspiraba, cerrando despacio sus ojitos, entregada en el abrazo que sanaba todas las penas.

– Con sólo sentirlo cerca vibraba por completo, sabía que era amada, estaba segura. Nadie había logrado eso nunca.

– Un olor a azufre inundaba el lugar, aquellos recuerdos marcados a fuego que no quería olvidar, la amarraban a la muerte.

– Sus músculos estaban contraídos, llenos de ira. Los ojos inyectados en sangre y su mente a mil. La paciencia no era lo suyo.

– Sentía un cosquilleo en todo su cuerpo cuando pensaba en él, sus manos y sus besos. Una irresistible necesidad de tenerlo ahí.

– Gritaba frases armadas, tratando de convencer a otros de su miedo, culpando a un ser divino por las calamidades de la tierra.

– Olvidar las palabras dichas bajo el cielo negro, ahogando el daño con risas burlescas, clavar una estaca en su recuerdo gris.

– Descubrió entre sus papeles el secreto que le ocultó toda la vida. Ya era tarde para llorar, sólo quedaba jalar el gatillo.

– La miró impúdico, saboreando sus curvas y lanzándole un silbido con deseo; cuando se dio vuelta, descubrió que ella era un él.

– Conversaban en un bar, de pronto ella lo miró fijo, «¿dame un beso?» le dijo. Él, sonrojado suspiró y le entregó su corazón.

– Ojos húmedos, garganta apretada y palabras silenciadas. Ese amargo momento quebrado con un suspiro y resignación.

– En el fondo sabía que las ilusiones de princesa nunca llegarían, pero se negaba a abandonar la esperanza, sufría en vano.

– En los mejores momentos llegaba y entraba en su mente como parásito, arruinando su felicidad. Era poderosa la inconformidad.

– Estuvo presente en sus sueños y no lo sabía, habitó sus más ocultos pensamientos, inundándola con su imagen ficticia.

– No toleraba pisar las líneas de la vereda, tenían fuego y quemaban sus zapatos con ácido mortal. Las había forjado el demonio.

– Papá, quiero que me subas en tus brazos bien alto hasta arriba del techo, seguro que si me impulsas mucho, llegaré a la luna.

– Sus dulces mejillas color canela, voz con ritmo de lluvia, y sus manos inquietas revolviéndolo todo, lo llevaron al paraíso.

– Confió, como nunca antes, entregó sus sueños y la ilusión de sus ojos ingenuos. A cambio recibió heridas y deudas de por vida.

– Desde que la tuvo en sus brazos supo que algo cambiaría. Se miró en sus ojos dulces, ahí encontró la esperanza perdida.

– Sus palabras, como afilados cuchillos, desangraban la mente de los pequeños. Gozaba insegurizando sus sueños, su libertad.

– Los labios perdidos en su cuello, llenando el vacío con mentiras piadosas. Ella, inmune a sus palabras, reía violenta.

– Cuando temo y no sé cómo lidiar con mis monstruos, llegas tú, tomas mi mano, cierro los ojos tranquila. Respiro otra vez.

– La falda multicolor al ritmo de sus pies descalzos, caderas como viento de huracán, y sus ojos negros de sabor hipnótico.

– Un día descubrió que estaba vacío, que nada le sorprendía, que no percibía el dolor ajeno, ese día se suicidó.

– Se encontraron en el camino, cada uno con su historia, sus matices. Se miraron a los ojos y supieron que nada sería como antes.

– Pelea sin ojos ni oídos, olvido perpetuo, golpes que destrozan el alma. Vacío agónico que construye relaciones humanas.

– Cuando sentía que nada tenía solución y estaba triste, las palabras de mamá eran lo único que le devolvían la paz.

– Inconsciente, defendía doctrinas quemadas a fuego en su mente, reconociéndo al enemigo en la libertad que le habían quitado.

– Descansaba en sus brazos y miraba sus ojos, encontraba en ellos la respuesta que siempre buscó, la paz que le hacía amarlo.

– Educados hacia la desigualdad y el éxito material, abrieron los ojos, se cansaron del circo y cambiaron su destino.

– La lluvia había dañado hasta el último rincón oxidándolo. Ya no era la nave de los sueños, era sólo chatarra, como su ilusión.

– Sentir la brisa cálida en las mejillas, oler el campo verde, correr descalza sobre la tierra húmeda gritando la libertad.

– Odiaba su tono de autosuficiencia, sus ojos opacos, las mentiras envueltas en progreso, paternalismo disfrazado de democracia.

– De niño le enseñaron a mandar, a su cuidadora, a su madre, a todos. No concebía el mundo sin someter al resto a sus caprichos.

– Esperaba que los años trajeran sonrisas amables y gestos de amor, se ilusionaba pensando que cambiaría. Sólo tuvo decepción.

– Trataba de enfocar la vista, respiraba agitado sin saber dónde estaba, el tiempo se había detenido, esperaba el fin.

– Volando entre edificios y autos, buscando algún árbol donde anidar, pasa la vida luchando para sobrevivir entre los humanos.

– El vapor se colaba entre los alerces, tropezando con el sol, fugándose despacio con el frío. Amanecía, con olor a invierno.

– Siempre sentía su aroma, a veces cuando estudiaba, o cuando regaba el huerto. Nunca la había dejado sola, tal como prometió.

– A golpes y miedo aprenderán quién manda aquí, decía con mirada aterradora, mientras tomaba su copa de vino y sonreía.

– Ojos hinchados y frente sangrando por la golpiza, voces juzgando su lucha, en forma y causa, callando la impunidad miserable.

– Perder la noción del tiempo en los brazos suyos, sanar los miedos con su mirada profunda y amar cada pedazo de su alma.

– Hablar al viento y sentirlo más cerca que nadie. Cantar los versos ahogados y verlo alejarse, con indiferencia desgarradora.

– La felicidad se delataba en sus ojos, en las sonrisas cómplices y silenciosas, en los secretos que construían su historia.

– Temblando sus labios con un grito ahogado de impotencia, escuchaba su risa y lloraba, sus ojos no brillarán igual nunca más.

– Apagar la vida por un momento y azotar la cabeza en el suelo. Mirar a sus hijos verle sufrir y recobrar la fe, nuevamente.

– Sentir cómo sus amigos le abandonan y las puertas se cierran, oler el miedo del abrazo, y escuchar el murmullo a sus espaldas.

– Vivió engañada, portando la enfermedad de quien le robó los sueños y la paz. Hoy enfrenta cada día como un nuevo despertar.

– Jugaba a ser payaso mientras escondía en el traje su mejor carta para el futuro. Ya me reiré yo, decía.

– Siempre se acostaba en paz con quienes amaba, sabía que a veces, el destino jugaba malas pasadas durante la noche.

– Manos sudadas bajo su ingenuidad, odio reprimido y venganza negra calándole los huesos.

– Cuando quieres volar, escapando del aire negro que te persigue y derrama tus entrañas sobre el silencio, ahí aparece su sombra, y se derrite con el llanto ajeno, silbando secretos que nadie entiende, alumbrando el vacío con su sonrisa leve y eterna. Subes a ese espacio seguro, que guarda inocencias y recuerdos letales, cándidos, libres, atesorados en la memoria.

– Ver la vida en sus más crudos matices, no es ser pesimista, es observar más allá de la comodidad y el lugar seguro para aprender de ello.

– Las voces redondas, sulfúricas, malévolas, rodeándole los huesos, cortándole las manos con codicia histérica.

– Explotar, con fuego en el vientre, suspiros dañados y palabras ahogadas, para luego morir con la culpa y el arrepentimiento.

– Gritaba con ahínco que quería paz y no toleraría la violencia, mientras afirmaba su arma sobre la sien húmeda de su enemigo.

– Observar esperándolo todo, sensible a la vida, convertir los detalles y distinciones del mundo en historias que conmueven.

– Sonrisa de lluvia celeste con tintes de aromo y canela, arrullos morenos, cantos de luz en la tormenta. El cielo entero.

– Las historias que le habían marcado, eran aprendizaje para construir su futuro y elegir a quienes le acompanarían en ese viaje.

– Les daba cínicos discursos de igualdad sobre sus hombros, pisoteándoles las mente ingenua con bofetadas de impunidad.

– Oía su nombre en medio de la brisa, junto al secreto de esos días donde fue libre, lejos de su presencia aterradora.

– Se observaban a lo lejos entre la gente, sonriendo con los ojos. No había palabras, sólo la emoción del reencuentro.

– Creyó que nunca dejaría de ser la única en su vida, pero descubrió que amarró sus sueños y anhelos a su propia ilusión.

– Un disparo bastó para explotarle las ideas. La bala de la mentira había logrado construir castillos de arena en el infierno.

– Encontrarse en el brillo de sus ojos dulces, sin tiempo ni dolores. Sanar en su abrazo las lágrimas que la hicieron crecer.

– Volaba despacio para encontrarla pero unas luces en tierra lo encandilaron, aturdido cambió su norte y la perdió para siempre.

– Asomado por la rendija miraba los niños jugar, los días pasar y las plantas crecer. Estaba sometido a su claustro psicopático.

– Olía a envidia, sus manos manchadas de voces negras. Sólo había silencio, y mentiras amarradas al tiempo perpetuo de su ira.

– Una pequeña línea roja asomándose en sus labios blanquecinos, las pupilas dilatadas, inertes, como su vida maldita.

– Silencioso, como las hojas cayendo en otoño, llegaba sin prisa su latido final; aquel que dio vida a nuestro último recuerdo.

– Recogía la siembra al sol con sus manos rasgadas de esfuerzo, y la esperanza de que sus hijos no tuvieran que sufrir como el.

– No podían entenderse porque unos luchaban por igualdad, y los otros por resguardar su bolsillo.

. Recordaba las risas, el aromo en flor y sus anhelos de niña. Había cambiado, pero aún miraba el cielo con la misma ilusión.

– Decidida y obstinada, rebelde como sus risos al viento, corría sin parar hacia su destino. Sólo ahí podía enfrentarlo y ganar.

– Lo miraba en silencio, sus gestos, sus ideas, sus ojos sinceros, lo admiraba. Descubrió la magia de acompañarse en la vida.

– Sin darse cuenta, el vacío permanente de sus palabras anulaba su identidad, nublaba su visión y tapaba sus oídos, matándolo.

– Huella intangible en su pecho, herida que ahogaba anhelos y manchaba sus suspiros, marca que la dejó maldita

– Un espacio vacío, dos miradas encontrándose, un corazón arrebatado y un antojo prohibido grabado en su memoria.

– Aprendió que la incertidumbre nunca disminuye, y sólo respiramos cuando aprendemos a habitar con ella en el limbo.

– Sus dientes apretados al dormir, las preocupaciones y el poco tiempo para vivir, formaban una capa negra bajo su sien.

– «Siempre mirar hacia adelante, dejando frustraciones y persiguiendo sueños, nadie entrenará por ti», pensaba al despertar.

– Áspero aroma a roble, sonido del fuego en la chimenea, vino y sus ojos traspasando mi piel. El día que nació nuestra historia.

– Bajaban con dificultad la escalera tomadas de la mano, las piernas de una eran muy cortitas, y las de la otra eran lentas y estaban cansadas, dos generaciones, el mismo desafío.

– No había sido fácil, tuvo que crecer demasiado pronto y postergar muchas cosas, pero la veía sonreír y todo valía la pena.

– ¿Sabes que te amo verdad? – Sí mamá, me lo dices a diario! – Es porque quiero que lo recuerdes cada noche, para siempre.

– Abrázame como si el mundo se derrumbara, que mientras escucho tu corazón latir, el cielo y la tierra pemanecerán ahí.

– Cuando se escuchó hablando como ella, con sus tonos de voz, sus gestos, sus aprehensiones, sintió cuánto la extrañaba.

– Mirada ingenua de los quince, boca virgen, la dulce espera sonrojada de sus mejillas.

– La puerta abierta, el piano de Haydn, sus manos, olor a azufre en el sillón. El recuerdo que lo atormentaría para siempre.

– Si hay respeto, admiración, honestidad y pasión, el camino juntos es sólido y real, le dijo su abuela.

– Miró el suelo, sus manos. Estaba todo mal, ya no había forma de cambiar lo sucedido. Dio un paso atrás y se lanzó al vacío.

– Volvía una y otra vez a esa esquina donde lo vio por última vez. El susurro de su promesa y el destino fatal de su partida.

– Dulce, con su cabello al viento, pasos raudos y ojos pícaros, llevaba el ritmo de su sonrisa bajo el cielo de otoño.

– En silencios guardaba la esperanza, necesitaba decírselo todo, pero temía la desilusión, que ya era habitual en su vida.

– Se acercaba despacio a sus labios, con mirada intensa, seductora. Sabía que lo volvía loco, y su mirada era su debilidad.

– Cerraba los ojos y tapaba su rostro, no quería ver al monstruo. A veces se dormía, no salía de su cueva y la dejaba en paz.

– Huía de quién le amarraba, se ahogaba fácil con la rutina y los versos de promesa fácil, con él no, con él se sentía libre.

– Miraba las vitrinas llenas de cosas que nunca usaría, con sueños implantados, con sonrisas mentirosas. Odiaba quererlo todo.

– Pichikeche: Cerraban los ojos y lanzaban su ira. Golpeaban a su padre, insultaban a su madre, quemaban su orgullo con mentiras indignantes.

– Antes de morir, plantaron una semilla de alerce en el jardín. Años después, la tierra revivió sus sueños en una raíz.

– Murmullo nocturno de besos azulados, cartas ocultas bajo el ciruelo amante. Sus deseos prohibidos, enterrados en el olvido.

– Estaba obsesionado con observar patrones dinámicos en la naturaleza, fue así que descubrió el origen del universo.

– Revisaba sus bolsillos como si en ellos encontrara respuestas. Llegaba a casa inventado historias de un trabajo inexistente.

– Su cuerpo había cambiado, caminaba lento y se enfermaba más rápido, sin embargo, sus ojos brillaban con más pasión que nunca.

– Sentía su voz, el aroma de su cuerpo, la tibieza de sus manos, incluso su abrazo antes de dormir, no podría olvidarlo jamás.

– No entendía cómo su madre lo aguantaba en silencio, el miedo, pensaba. Lo odiaba por robarle las historias de su niñez.

– Miraba el cielo, esperaba sola la llegada de su último día, con el corazón perdido y la culpa quemando sus recuerdos.

– Su mano deslizándose suavemente por las caderas de ella hacia el cielo, un suspiro congelado, dos besos eternos y el adiós.

– Solía sentarse en su jardín a ver el día pasar, las hojas caer y el cielo llorar. Era la forma de repasar y entender su vida.

– Usaba un delantal negro con dos bolsillos, en uno guardaba migas de pan para los pajaritos, en el otro dulces para sus nietos.

– Le costaba respirar, tenía el pecho comprimido, su nariz y dedos congelados… Nada le impediría llegar a la libertad.

– Lavaba sus manos manchadas de abuso con mentiras de ingenuidad, ocultaban la cara siniestra de su poder.

– El sudor frío le mojaba las pestañas, sus ojos inyectados en sangre, apenas se mantenían abiertos, dolor, era el fin.

– Rostro y manos pegoteados con chocolate, corría por la casa riendo y escapando de mamá. Había encontrado su tesoro mágico.

– Buscabancon mentirasjustificar la codicia con palabras bonitas que nadie entendía.

– Sentía un leve aroma a cacaolos ruidos de mamá en la cocinaluego vendría a saludarla con un besoEra hora de despertar.

– Sospechaba de su sombraexpectante a cada cosa que pasaba su alrededorUn muro gigante opacaba sus ojos y su corazón.

– A veces escuchaba sus latidoscorriendo como río despechadoEstaba solaen el borde de su pequeño mundo bicoloraterrada.

– Unos sueñan mirando el cielo, otros lo hacen sembrando la tierra y conociendo el mar. La belleza de las ilusiones.

– Gritos feroces de la manada ciegagarras afiladas sobre el débilsangreodiodesesperanza. Ácido hedor de muerte.

– Morena y risueñacaminaba coqueta por el parquetraía en sus ojos brillo sureñoy sonido de viento en su silueta.

– Era fácilvenderles la ilusión de tener más y aspirar a sus vidas magníficasTrabajarían para ellos y los harían más ricos.

– Con sus manos gruesasresecas de tierra fértilacariciaba el rostro de su hija al dormirSoñaba con darle lo que nunca tuvo.

– Sus almasconectadas a la tierra en un sólo telar que hilaban los muertosse enredaban con el caos en la fibra de algodón.

– Con el viento azotando sus mejillaslos labios fríos y rojosbajo la lluvia de mayohuía su esperanza tejida de lamentos.

– De a poco se abría paso entre los arbustospequeñafuerte convencidasiempre en dirección del solbrotaba la semilla.

– El miedo terriblela voz silenciadalas manos culpables y su odioPara ella no servían las disculpas hipócritas del poder.

– Rostro y manos pegoteados con chocolate, corría por la casa riendo y escapando de mamá. Había encontrado su tesoro mágico.

– Cuando no tenían qué comermamá cocinaba huevitos a la copa sémola para cenarSus sonrisas hacían que todo valiera la pena.

– Con frases de autoayuda fijaba su nortedinero, éxito y lujos brillaban en su menteNo podía ver más allá de su bolsillo.

– Necesitaba su abrazo nocturnosentir el calor de su cuerpo acompañando su despertarDormir juntos un sueño perfecto.

– No necesitaban decir nadase mirabansonreían y ya estaba tododichoAprendieron a salir del mundo con su propio lenguaje.

– No me agrede tu éxito y mucho menos lo que tienes, me agrede que para conseguirlo me pisoteaste la cara con descaro, le dijo.

– Una pequeña estela de humo salía por la ventana, el aroma a pan amasado y sopa caliente, le hacían correr con fuerzas a casa.

– Hablaban de mejorar la economía y disminuir la pobreza con sus migajas. En sus mentes el plan era perfecto, como toda teoría.

– Dos cajas y una cinta adhesiva, un par de ruedas con crayón y su gran imaginación. Había contruído el mejor auto del mundo.

– Sabía que estaba todo podrido, pero debía cumplir. No conocía otra manera de luchar por sus hijos, el miedo le atormentaba.

– Observaba cada gesto, sus ojos, la forma como arrugaba la nariz, las margaritas en su mejilla. Quería recordarlo para siempre.

– Salió temprano a trabajar y no alcanzó a despedirse. El chofer no frenó en esa esquina… El abrazo quedó pendiente.

– El aroma a leña en su habitación, penetrando como suspiros. Su perfume en la almohada vacía y el dolor de su ausencia.

– Cuando el mundo la sobrepasaba, veía la sonrisa alegre de su hija, la abrazaba y todo lamento se esfumaba.

– Despertaba con su abrazo y sentía el calor de su respiración, sonreía y suspiraba, estaba lista para enfrentar un nuevo día.

– Sonreía al ver cómo en las calles se armaba una guerra, mientras el planeaba el viaje a Europa con el dinero que les robaba.

– Justo sobre la comisura de sus labios rojos, bajo el pómulo; estaba el lunar que lo hizo perder todo.

– Se descubrieron entre la gente. Una pequeña luz iluminaba sus rostros sonrientes, expectantes, sinceros. Se habían encontrado.

– Recortaba de las revistas todo lo que anhelaba tener y lo pegaba en un cuaderno de recuerdos. Juguetes, ropa y abrazos de mamá

– Cerró los ojos en un suspiro eterno. Su brazo derecho cayó despacio, frío, por el borde de la cama. El martirio había acabado.

– Le odiaba, sin duda. Nunca supo cómo sanar el dolor que le había provocado. Ahogó su ira en papeles y planeó su venganza.

– Había clavado el filo de su ansiedad en esos ojos, rojos, putrefactos, salados. Su boca estaba seca, a punto de quebrarse.

– No reconocía sus manos y menos su rostro, estaba ausente y posiblemente loca. Cuando abrió los ojos, era demasiado tarde.

– Casi movía sus dedos, la noche los había congelado. Esperaba juntar algunas monedas para su tinto, el único que le daba calor.

– Pasaba horas viendo tv, viviendo la vida de otros, soñando tener cosas que no podía pagar. El monstruo la había consumido.

– Junto a la vitrola recordaba su voz, las copas juntos, el sabor de su piel. Miraba la lluvia caer y su corazón se apretaba.

– Despertó súbitamente, estaba asfixiándose con sus propias manos, no podía parar. Su inconciente le había sobrepasado.

– Al mirarse en el espejo reconoció a su padre en el reflejo. Por más que intentara olvidarlo, lo tenía en su sangre, grabado a fuego.

– Cuando veía esa fotografía, el tiempo retrocedía. Su sonrisa, su voz alegre, el aroma a café. El instante cuando dejó todo.

– El velo de su llanto le nubló la conciencia, el frío le martillaba la frente, mordiéndole el espíritu. Fuego, silencio, fin.

– Repasaba a diario en su memoria cada parte de su rostro. Cuando no logró recordar sus ojos, supo que era momento de dejarla ir.

– Apresuradas e intensas, las notas se deshacían en silencios y allegretos. Eran esclavas de sus manos, consumidas en su eco.

– Entre las nubes se asomaba el sol poderoso, ellos lo recibían alegres, venía a secar sus hogares empapados por la lluvia.

– Llovía, los pasos lejanos se confundían con el sonido melancólico del piano en el balcón. Pensaba en ella, en su voz ausente.

– Podía estar eternamente mirándole, mientras ella acariciaba su cabello. Oía los latidos sonar fuerte en su pecho, acunándola.

– Recordaba su voz alegre. A veces, sentía que se acercaba despacio para besarle la frente antes de dormir, lloraba en silencio.

– Levantaba los niños al alba y los dejaba a cargo de la mayor. Debía ir a cuidar los hijos de otros para alimentar a los suyos.

– Una tras otra las gotas caían mojando su cama, helando sus huesos. Se preguntaba si eso era parte del crecimiento económico.

– Por más que pasaran los años y la vida les golpeara, ellos seguían mirándose a los ojos con el mismo brillo que el primer día.

– Encerrada en su departamento miraba en el computador la vida de los demás, inventándose historias para calmar su soledad.

– Sólo lograba conciliar el sueño cuando sentía sus brazos rodeándole la cintura, y los suspiros suaves sobre su cuello desnudo.

– Miraba sus malditos ojos entreabiertos, sentía el olor a pólvora en sus dedos. Ya nadie volvería a tocarle así, nunca más.

– Lo sentía llegar de madrugada, cansado y con hambre, sufría de verlo trabajar hasta tan tarde para que nada les faltara.

– Despertó con el sonido del viento, tenía frío y las sombras no le dejaban dormir. Corrió donde papá y se acostó en su pecho.

– Llovía fuerte y las goteras mojaban su hogar. El padre subía al techo y las tapaba con cuidado. El sí que era todo un héroe.

– Juntó en un tarrito las piedras de colores que encontraba. Al crecer, veía en ellas la ingenuidad que perdió con los años.

– Sentía el ruido de sus botas y las espuelas sonando, caminaba erguido, con la frente en alto. Ahora podía ser como papá.

– A veces, despertaba del letargo y descubría nuevos aromas y matices, eran los momentos de inspiración que le mantenían viva.

– Siempre que sonaba el teléfono de madrugada temblaba y pensaba lo peor. Revivía el momento cuando le contaron de su partida.

– Un aroma a canela y cacao invadió el lugar. Sintió una brisa sobre el rostro y el eco de su voz, la sintió ahí, como antes.

– 20:45, sus ojos dilatados miran el horizonte, lo inunda el vacío. 20:55, la brisa sepulcral se lleva el último suspiro.

– No se lamentaba por aquellas malas experiencias, pues gracias a ellas, hoy decidía con claridad qué quería para ser feliz.

– Fijó el punto sobre su entreceja. Tomó el taladro y acabó con su martirio.

– Recordaba cuando se conocieron, el la buscaba con la mirada, ella disimulaba una sonrisa. El corazón agitado les dio la señal.

– Amarillo anaranjado y las grietas saturadas, respira el cielo húmedo verdegris, con sus piernas nudosas atadas al suelo.

– El silencio cómplice los sumerge, tiñendo la cama de latidos amantes. Sus manos se juntan, un pequeño rayo de luz los vigila.

– Miraba por la ventana con el alma perdida, sus ojos hinchados de desahogo ya estaban secos. Moría de a poco con su ausencia.

– Cada noche al acostarla, miraba su rostro pequeño y frágil que tanto amaba. Sonreía en silencio y agradecía haberla elegido.

– No entendía nada, tenía cinco años cuando se lo llevaron para siempre. Nunca más volvió a ver su rostro ni a escuchar su voz.

– Se miró al espejo, mojó su rostro desfigurado por la ira, el dolor. Cerró sus ojos y sintió latir su pecho. Sólo tuvo silencio.

– Al ver a su hijo, recobró el aliento y se abrazaron. Ahora veía con desamparo su hogar, arruinado por ese macabro suceso.

– Los gritos le guiaron a la salida, corrió desesperado, las luces intermitentes de la calle le parecían estrellas fugaces.

– Bajó las escaleras rápidamente, la oscuridad le impedía ver los escalones. El suelo se movía incansable, no podía respirar.

– El cielo negro, inmenso, sus ojos grises y perdidos. Desconocía ese lugar que antaño había marcado el rumbo de su vida.

– Escondió los dulces en el bolsillo de su chaqueta. Miró con cuidado, estaba solo. Saltó la reja y corrió, fue su primera vez.

– Sobre la falda de su madre, el llanto desolado de su corazón roto. Hija, el otoño pasa rápido, le dijo con el alma triturada.

– Despertaba triste, con un nudo en su garganta, esa angustia no la dejaba en paz. Se maquillaba y sonreía como si nada pasara.

– Sube la montaña, el abismo en sus pies y el cielo por delante, la mejor manera de abrir los ojos para alcanzar sus sueños.

– Respira con su nariz colorada. El aire, penetrando sus dientes, quema sus labios rosados, mira el cielo y suspira, una vez más.

– Tomó su mochila y subió al árbol. Ahí nadie podía prohibirle soñar. Cuando extrañó a mamá, bajó y se acurrucó en su pecho.

– Luchaba con sus errores, ocultando las espinas que le clavaban el vientre. Se animaba pensando que algún día ya no dolerían.

– Gritos, un bolso saltando por el aire, dos segundos. El fatídico momento en que tres historias chocaron con el destino.

– El cielo negro anunciaba una tormenta. Sus ojos, asomados por la ventana esperaban la llegada de mamá, era su agonía diaria.

– Al caer la tarde,subía la colina y veía cómo se iluminaban las casas y las familias se reunían en la mesa. Lloraba en silencio.

– Cerró los ojos tratando de recordarla, sintió su aroma, recordó sus abrazos, sus palabras, pero no logró ver su rostro.

– Tomados de la mano sobre el pasto húmedo, libres, sin tiempo se reencontraron en silencio, el brillo de sus ojos los delató.

– Las palabras, los gestos, ni la indiferencia, lograban abrirle los ojos a lo evidente. Estaba cegado con su propia codicia.

– El tiempo y la ausencia, eran el castigo macabro de sus actos, la tortura que había marcado para siempre sus vidas.

– El mágico reflejo del cielo de otoño, le despertaba la ilusión de grandes alegrías venideras.

– Subió al árbol impaciente, clavos, tablas y el martillo de papá para construirla. Viviría ahí cada vez más cerca del cielo.

– El frío colándose por sus zapatos rotos, las manos secas de esfuerzo y la ilusión de sus versos en los labios de su pequeña.

– Dudó al ver en sus ojos ese brillo ingenuo que le devolvía el alma al cuerpo, pero había llegado el momento de decir la verdad.

– Como estrellitas caídas del cielo, pequeños rastros de vida que se nutre, eterna. http://bit.ly/JN19lb

– Una tras otra caían, llenando la olla vieja. Ella angustiada, intentaba distraer a los niños del ruido con una canción de cuna.

– Observaba sus gestos al hablar, cómo sonreía con la mirada, su presencia seductora. Sabía que nunca volvería a tenerla.

– Oír la lluvia reventar impetuosa, sentir el aroma a la tierra húmeda y abrazarle fuerte, no necesitaba más.

– Miraba sus manos y cabello, su nariz y mejillas, eran tan perfecta… Sonreía cuando descubría en ella sus propios gestos.

– La vela consumida, el sonido de la madera explotando en la salamandra, dos copas de vino, sus manos y el infinito.

– Entró en la bañera, el agua tibia y el aroma a jazmín la calmaron. La decisión estaba tomada, cerró los ojos, luz, el fin.

– Calló sus ofensas, dejó pasar el tiempo esperando que cambiara. Llegó el fin y le perdonó todo, excepto jugar con sus sueños.

– Sentía un calor intenso subiendo por su rostro cada vez que callaba su ira. La garganta le temblaba, ahogada, herida.

– Se buscaban en el camino, esperaban ese pequeño momento en la mañana, sonreían, bajaban la cabeza y seguían su trayecto.

– Antes de partir me dijo «Prepara la tierra con respeto, siembra con cariño y espera que la naturaleza te ayude a germinar».

– Cerró los ojos, la piel se erizó recordando ese momento. Las manos frías y el calor de su respiración, nunca lo olvidaría.

– Los pasos retumbaban tanto como sus latidos, sabía que no podía escapar ni seguir ocultándose, estaba pagando su sentencia.

– El aire obtuso penetraba bajo la puerta, a lo lejos se oían los pasos, lentos, intensos. El corazón se agolpaba en su pecho.

– Recordaba todo lo que tuvo que vivir antes de conocerle, los sueños rotos, la confianza perdida. Veía sus ojos y sonreía.

– Unidos en trazo y pincel, creaban juntos un sueño, la motivación cómplice inspirada en la mirada. El mejor legado del tiempo.

– Todo pasó en 3 segundos, luces, frenazo y silencio. De pronto, estaba en el suelo rodeado de extraños, no entendía qué pasaba.

– Mirando su rostro reflejado en el vidrio, recordaba cuando tras esa ventana, miraba con dulzura a quién ya le había dejado.

– Pasa el tiempo hablando de su vecino, buscando maneras de saber sus secretos. Mientras en su casa, se queman los recuerdos.

– Sentía su perfume en el aire, como los días de verano que respiraba en su cuello. Le extrañaba en silencio, desgarrada.

– Las manos sobre sus rodillas, el abismo en su pecho y el viento congelando su cabello, esperaba la salida del sol deseperado.

– Cuando cerraba los ojos sentía el picor agudo y penetrante de su dolor, el aire estaba denso, sólo quería estar en silencio.

– Miró sus manos ensangrentadas, lentamente levantó la vista, aquella escena que tanto le atormentaba seguía ahí, perpetua.

– Golpeó el suelo con fuerza deshaciéndose en la tierra, suavizando sus grietas. Resbaló por cada rincón hasta encontrarla.

– Abrazarlo con fuerza, acurrucarse en su pecho tocando sus pies fríos. Esperar juntos un nuevo día. Nada más.

– Cuando el infortunio se hace presente, las locas roban y la ingenuidad se quiebra. Una estúpida secuencia del destino.

– De pronto estalló en llanto, ya no sabía cómo contener lo que sentía. Diez minutos en silencio, sus ojos hinchados, desahogo.

– Pequeña y frágil había aprendido a quererlo. El olvidó sus promesas e ilusiones y se marchó dejando los sueños rotos.

– El odio, la venganza y el secreto terminaron de hacerlo pedazos, ya no existía mas que en sus delirios de grandeza.

– A los diez años la perdió. No entendió bien qué había pasado, una enfermedad, creía. Sólo lloraba cuando no lograba recordarla.

– Las mejillas rojas y arrugadas, el aire quemando sus labios y la tierra húmeda, su alma cansada. Resignación.

– Chocaban unas con otras al ritmo del viento, a veces unas caían y los niños alegres jugaban a pisarlas, era su mejor destino.

– A veces, a la hora que debe levantarse, imagina que el sueño no ha acabado, se tapa hasta las orejas y hace como que duerme.

– Veían en la cajita las ilusiones de otros, lloraban sus penas y alegrías, convirtiéndose en títeres de sus vacíos.

– Libres de inocencia, señalando sus cantos lastimeros. Ella, sonrojada miraba el horizonte y despegaba el susurro del alba.

– El grito ahogado ahora yacía en sus entrañas, acobardándole. El silencio eterno crucificaba esos momentos, etéreos.

– Deshojaba el cuaderno con cuidado, leyendo cada palabra escrita. Quemaba sus letras con despecho. Llevándolas lejos.

– Bebía leche tibia, cambiaba su ropa y tomaba en una cola su cabello. Bloqueaba su mente y corría, era su forma de ahuyentarle.

– Los susurros de mamá calmaban su dolor, desarmando sus miedos, ahuyentando los fantasmas, eran mágicos y lo sabía.

– Su ansiedad, manifestada en dolor de estómago y dificultad para respirar, la paralizaba. Estaba frente al desafío que buscaba.

– Los días transcurrían enérgicos, apenas se podía suspirar y menos, recordar. Las siluetas nocturnas aparecían sigilosas.

– Los dedos dibujando su rostro, respirando su aroma a vainilla, el tiempo detenido. El instante que marcó su historia.

– Con la mirada perdida, sus mejillas secas y las voces en su cabeza, pasaba los días como las nubes en el cielo, sin descanso.

– Alegre, llena de energía, disfrutaba cada momento con emoción. En su día, era la forma que tenía de agradecer a la vida.

– Muy pocas veces se quedaba quieta en el mismo lugar por mucho tiempo. Las reglas de otros la agobiaban, huyó para siempre.

– Nunca entendió por qué estaba ahí, había nacido tras las rejas y lo obligaban a trabajar. Los de dos patas nunca le agradaron.

– Botó toda evidencia, menos la falda que le había regalado su madre. La pólvora la delató. Reía, al fin había hecho justicia.

– No podía romper aquella fotografía, por mucho que al verla la odiara. Le recordaba por qué le hirió tanto su partida.

– Supo que estaba enamorada cuando lo miraba entregada, sin miedo. La había ayudado a confiar en sí misma, jamás lo olvidaría.

– Sufría de insomnio permanente, culpaba al estrés y al trabajo por no poder dormir. Su conciencia se reía a carcajadas.

– Cada mañana al despertar, pensaba lo afortunada que era de tener hogar y dormir tranquila. La calle era dura, ella lo sabía.

– Intentaba recordar cuando dejó de creerle. Eran muchas las espinas que no la dejaban en paz. Ahora podía dejarlo, al fin.

– Leyendo y creyendo en cuentos de hadas, principes y castillos, vivió frustrada toda su vida sin haberla gozado nunca.

– Espumoso, suave, amargo-avellana, sintiendo el vapor en su nariz inhalaba su espesor saborando el grano virgen. Puro placer.

– Enmudecida por la escena que acababa de ver, abría los ojos a esta nueva realidad, aquella que tanto le quisieron ocultar.

– Tomó su mano, cerraron los ojos y se abrazaron. Era ahora o nunca. Saltaron sin mirar el vacío, esperaron ese momento por años.

– Sol de otoño sobre sus párpados, un leve escalofrío cruza por su cuerpo. Suspira hondo, sonríe. Ya no estaba tan cansada.

– Doscientos minutos pasaron, una puerta mal cerrada, dos ojos que se cruzaron, el instante que lo cambió todo.

– Silencio de medianoche que invade y consume todo. Una pausa, un último suspiro. Era la hora perfecta para apretar el gatillo.

– Todas las palabras y los besos, las historias juntos, todo estaba vacío. No perdonaba al destino, al maldito destino.

– Con un toque de miel, agridulce suavidad de sus tintes morenos. El sugerente llamado de voz gruesa y su piel, ahí desapareció.

– Aire denso, pupilas dilatadas, sus labios entreabiertos. Sentada bajo el aromo llevaba cuatro días de silencio eterno.

– Se escapa de sus anhelos. Despierta, resuena en el abismo de su indolencia. El tiempo la hizo más ruda, gris, y solitaria.

– Las luces de la ciudad comienzan a aparecer, el cielo se encandila. Un murmullo en las alturas, es el secreto que los une.

– A veces, cuando menos lo esperas, un destello viene a ti y te hace mirar las cosas diferente, a veces es lo que necesitas.

– Una gota sobre su rostro bastó para recordarlo. Siempre disfrutaban la lluvia, quedaban empapados riendo y salpicando alegría.

– Uno a uno apretados, incómodos, desconfiados. Se subían al tren anhelando su regreso a casa y una cama para descansar.

– Miró su vida con dolor, había perdido tanto tiempo juzgando que nunca pudo liberarse y menos amar. Fue su último pensamiento.

– Aroma a pino quemado, la frazada de lana hecha por mamá, el viento frío colándose por la ventana, mi reflejo en sus ojos.

– El vacío en tu cama lo evidencia. Confiesa que me extrañas, que aún estoy en tus deseos de medianoche. Le dijo, coqueta.

– Sus manos morenas trizadas, los labios agrietados y la piel curtida. Así veía cada noche a su padre cuando volvía de la mina.

– El aire comprimía su garganta, quemaba sus ojos, hinchaba su nariz. El aire había descubierto su mentira.

– No nació paciente ni sumisa, sus pulmones, como alas, le agitaban el alma. Pero la libertad era mal vista y temía escapar.

– Observó largamente su fotografía, estaba ahí, presente como hace diez años. Estaba ahí infinito, adherido a su pecho.

– Pueden amarse con deseo y lo disfrutarán, pero súmenle admiración, humor y respeto, y será imborrable.

– Sus ojos gigantes y dulces, la sonrisa plena, su perfección infinita. Jamás pensó que podía crear algo tan hermoso.

– Sólo basta un abrazo, los ojos nobles y su sonrisa serena, para silenciar los problemas y congelar el tiempo.

– Ácido verdeamarillo, armónica celeste, húmeda. Los labios fríos quebrándose sobre la tierra. Aire negro, vacío.

– La confianza había muerto, las palabras que vomitaban eran eco de sus abusos e indolencias. Sólo les quedaba luchar.

– Cada cierto tiempo, cuando hacía conscientes sus problemas, una angustia le invadía. Desgarrada, luchaba contra sus monstruos.

– Tostadas con miel, sol entrando por la ventana, sus ojos dulces mirándole fijo. Añoraba cuando se veían así, sin tiempo.

– A veces quería desaparecer, escapar, dejar todo, volar. A veces quería tener cinco años otra vez y dejar de culparse.

– Una disculpa, dos sonrisas, un abrazo. Era todo lo que necesitaba para volver a hablarle.

– El aire pasaba tibio sobre sus hombros, oía el río y el zorzal. La luna desaparecía silenciosa. Era un dulce despertar.

– Buscó en sus recuerdos señales para sentirle cerca, temblaba cada noche sin respuesta. Se pudrió de agonía indolente.

– Estaba frente a la audiencia. Sentía escalofríos, la cara roja y sus manos frías, suspiró y se entregó a la patética verdad.

– Despertaba con el frío que entraba por las ranuras del techo, tapaba a sus hijos y rogaba tener dinero el próximo invierno.

– Sólo lo dijo, olvidó juramentos, dolores y el infierno mismo. Esa noche sintió culpa, pero cada vez le importaba menos.

– Sabía que no volvería a verlo, quería que la recordara feliz, sin miedo ni dolor. Lo abrazó con el alma, ese día se entregó.

– Nunca le dijo que la amaba, por mucho que lo sentía. Pensaba que eso los alejaría… Tanto esperó que la perdió para siempre.

– Oscurecía, sus brazos cansados añoraban un alivio. Llegaba a casa a cocinar y ver las tareas de sus hijos, recién era lunes.

– Hablaba solo moviendo sus brazos, enérgico, la gente lo miraba y le decía loco. Se acostumbró a sus manos libres, demasiado.

– Sus manos heladas acariciándole el rostro con ternura. Era el último recuerdo que tenía de ella y sus ojos fijos, dulces.

– Se oía nerviosa, su voz temblaba y tenía un timbre agudo al hablar. «No juzgues, preguntes, ni llores» le dijo, antes de huir.

– El cuerpo húmedo, vacío, secó sus lágrimas con la sábana. Había jurado que no volvería a pasar, pero su corazón fue más fuerte.

– Entre aromos y pimientos, recogía sus cabellos impregnados de aromática dulzura. Silenciaba el viento con sus cantos ingenuos.

– Una tarde descubrió que había dejado de extrañarle. Abrió los ojos y suspiró sonriendo. Pensó que ese momento nunca llegaría.

– Temía soñar o imaginar la muerte, no controlaba sus pensamientos y un sentimiento fatalista la invadía por completo.

– El horizonte, aún lejano, le despertaba grandes ilusiones. Cada tarde miraba las nubes a esperar que ese tiempo llegara.

– Corrían, se defendían, jugaban. A veces alguien se apiadaba y les daba comida y agua. Al dormir, se acurrucaban en la esquina.

– Corre, corre… escapa desafortunada la de ojos negros y cabellos grises, huye de ellos, de su tiempo, gritando sus delirios.

– Frágil, inocente, blanca. Aún cuestionaba el mundo sin miedos ni culpas. Deseaba verla así siempre.

– Al salir a su trabajo, miraba los ojitos de su pequeño,“ha tenido que crecer muy rápido” pensaba ella, con el alma trizada.

– Escala de matices anaranjados, sol de otoño burlesco. Un pacto secreto entre sus sueños y la realidad.

– La ventana entreabierta, pasos retumbando en el pasillo, un manojo de llaves, silencio. Sentía que el corazón le explotaría.

– Levemente disparejas, sus cejas robustas se arrugaban cuando reía, su vozarrón calmado y sus bigotes alegraban el lugar.

– Tenía miedo de mirarlo a la cara, de a poco había notado cómo se opacaban sus ojos. Desde aquél día maldito.

– Iba decidido a dejarla hasta que, al verla, lo desarmó con la mirada. Supo que nadie nunca lo miraría así nuevamente.

– Los pómulos finos, suaves y sus labios rojos, despertaban sus ganas de besarla, pero el miedo al rechazo le hacía odiarla.

– Un grito agudo, seco. Los ojos grises y la taza reventándose en el suelo. El piso violento la botó. Silencio.

– Siempre que lo abrazaba, sentía que todo volvía a su centro. Sólo sentir los latidos en su pecho, la ayudaban a descansar.

– Suelo quebrado con plantas secas, el sol arrasando. El campesino sin cosecha, miraba su tierra, sus manos, ya nada quedaba.

– El Metal afilado invadió, verde brillante, venas cortadas, su raíz perenne mutilada. Le dieron muerte a sus 200 años de vida.

– Salía de casa cada mañana y admiraba el cielo. Necesitaba saber que no había límites para seguir luchando contra su enfermedad.

– Tiró las pinturas, saltó la banca, corrió sin parar tapándose la boca, el corazón a mil. Su plan fue colorear la violencia.

– Trasito en varios mundo a la vez, a veces sueño, a veces creo… otras, debo resistir a la rutina y lidiar con mis problemas.

– Caminaba apurada mirando su teléfono, falda corta, piernas largas y aroma a vainilla iluminaban su paso. Ellos lo agradecían.

– Sacaba su silla, preparaba su tejido y los puchos en el bolsillo. Se sentaba cada tarde a mirar cómo la gente corría.

– Una rima silenciada, dos balas en el pecho, todos al suelo. Había logrado que al fin lo mirara, nadie le quitaría ese momento.

– La camisa rota y la sangre en su sien evidenciaban la pelea. No quería que su madre lo notara, seguro descubriría la verdad.

– Había aprendido mucho: callar cuando era debido, abrazar cuando sobraban las palabras, y confiar en el tiempo para sanar.

– Cierro sus ojos dormidos con un beso, y nada perturba la calma que provoca su descanso confiado en mi eterna vigilia. (A mi hija)

– Saboreo el alba, con el brillo ligero de sus pómulos, consumiéndome tenue en el resplandor de la mañana. (A mi compañero)

– Junto al cuarto, en la silla a contraluz, ese espacio de tiempo perdido y silenciado, esperando su muerte verdegris.

– Corría abrazando los árboles, rozando el aire con sus cabellos, mirando el cielo que guarda bajo su piel teñida por el sol.

– Compleja, exacta, soberbia. Casi intocable sospecha de la nada que se funde con la tierra en los suspiros tuyos.

– Violenta, revuelta. Grita intrusa en el balcón con sus mechas despeinadas y el frío calando sus entrañas.

– Antes, con el brío indómito de sus fusiles suspiró la humedad de la tortura, compitiendo con el de su tormento.

– Alzando las semillas que juntó en una caja, derramó una lágrima de cristal sobre el viento ajeno.

– Burbujas desesperadas y luces titilantes, espejos que cortan el aire y sus manos.

– Exhausta recorre los poros solemnes, acudiendo a la espera insolente de sus manos.

– Remoto cauce de sus venas, acomoda los labios a su muerte, señalando el armario que guarda su sentencia.

– Nunca jamás vuelve a cantar el ruiseñor sobrio que guardaba ese secreto que esconden tus colmillos.

– Temblando sus labios con un grito ahogado de impotencia, escuchaba su risa y lloraba, sus ojos no brillarán igual nunca más.

– Observa callada sus mejillas dormidas, añorándolo desde sus huesos. Respira hondo y sonríe.

– Su rostro humedecido por la lluvia, olor a leña y frío. Camina sin prisa fumando un cigarrillo. Sus ojos están cansados.

– El frío calándole los huesos penetra por su nariz, enrojeciéndole los ojos. Es de madrugada y asoma el día sus primeras luces.

– Tiene sed y está agitada, su corazón corre acelerado, está lista para recibirle contenta, con los labios apurados.

– Soltó el grito ahogado, el aire absorbió su espera y deslizándose bajo la cama, lloró, perpetua.

– Tallado en sangre morena suspira bajo el sol, unas gotas borran la evidencia, pero jamás el destino.

– Siente el aroma de su cuello, sus manos, el brillo de sus ojos, las ideas en su mente. Cierra los ojos, toma su mano, es feliz. (A mi compañero)

– Sus ojos hinchados, el cabello húmedo al viento, frío. Corría acelerada, ingenua, con las manos culpables y el tiempo perdido.

– Arregla su ropa llena de emoción, está pronta a conocer a quien le enseñaría a vivir, 20:04 de un martes, nace su amor. (A mi hija)

– Tímida observa su fotografía, sus ojos se humedecen, comprende que no podrá saborearlo nunca más.

– Con una sonrisa busca hacerle reír, sus ojos brillantes lo delatan enamorado, ella acaricia su cabello, suspira y lo besa.

– Poco a poco su piel se agrietó y el reflejo de la luna aclaró su razón, ahora oculta entre sus ropas, el anhelo de su pasión.

– Grita, con escandalosa y exquisita subversión sus heridas, aquellas que le atravesaron el alma y hoy se desnudan fervientes

– Sus botas gastadas en la tierra dormida, las manos trizadas de esfuerzo sostenían su lucha, el hipócrita se reía a carcajadas.

– El viento movía su ropa, un dulce frescor otoñal penetraba bajo la puerta rozando sus labios blanquecinos inmóviles, acabados.

– Tlac, tlac, la gota perenne en el lavaplatos, el óxido destruyendo los recovecos, y el olor denso impregnándose en la soledad.

– Observan la calle somnolientos, sus miradas ausentes, música, interminables filas de autos, un nuevo día laboral comienza.

– Frío, azul, lluvia, silencio… caballos galopando ¡GRITOS! susurros verdes, azuzenas en el suelo, sus manos, la leña y yo.

– La despierto para ir al colegio, sus ojitos dulces me miran entreabiertos, buen día mami, mi corazón se estremece, es mi vida. (A mi hija)

– Sus manos inocentes, resecas, morenas sobre su rostro hambriento. El vacío impregando en sus venas le arrebata la esperanza.

– Sus ojos se opacaban. Mientras más llenaba sus bolsillos, menos sonreía y más ladraba… era la plaga: consumismo le llamaban.

– Suave, espumoso, aireado en su paladar se derretía, deslizándose entre sus dientes como sol de otoño exaltado de placer.

– Sentado al borde de la cama, se lamentaba del alcohol y sus consecuencias, la desconocida a su lado, le cobraba el servicio.

– Mientras hablaba, sentía su voz grave, llena de ideas que admiraba. Sus manos acariciándole el cuello, lo miraba…eterno.

– Cae, golpea el suelo, rebota, rueda… se esconde tras unas ramas hasta que la encuentra la tierra, la fecunda, brilla, crece.

– Ven, abrázame me dijo. Sentía sus latidos agitados y sus manos en mi espalda… El piso se movía muy fuerte y el me protegía.

– Invierno, la lluvia en su rostro… nunca más volveré a retroceder pensó, sus ojos nublados de orgullo y sus dientes apretados

– Hace un año se miraban con ilusión, sonrisas, emoción. Hoy abrazan más sueños, confianza, admiración; el poder del tiempo.

– Los pasos estaban trazados con delicada paciencia y complejo infortunio. Sus palabras sólo distraían el secreto mortal.

– Un piano comienza a sonar, es una sonata en G menor, profunda, serena, emotiva como los besos en el parque bajo el aromo.

– Nadie creyó lo que decía, astuto, lo disfrazaba con locura, lanzando hechizos y conjuros, nos lavó el cerebro, despacito.

– Con poco animo abrió la puerta, vio sus ojos y soltó una carcajada, descubrió que el tiempo se estanca cuando menos lo esperas

– El aromo florecido en la tierra fría, húmeda, mamá regando el pasto, los niños gritando, el cielo estrellado, sabor a níspero.

– Soy muy frágil para arrastrarme en este mundo se dijo, antes de que brotaran las alas en su lomo y fuera libre al fin.

– Una tarde fresca, sobre las ramas de un pimiento, un verde espesor olía a savia derramada, el zorzal picoteaba tac tac.

– Sus rodillas cansadas y los ojos entreabiertos, mira el cielo buscando energía, son las 6:30. Es hora de volver a casa.

– Pan tostado con chocolate caliente, silencio frío, sábanas tibias y ojos durmientes: cuando levantarse es una tortura.

– Añoraba ese tiempo donde le atormentaba que el monstruo del armario saliera de noche porque hoy lo ve a diario en la tevé.

– Luces titilantes, olor a romero fresco, el alba despuntando con sus cantos fríos. El silencio adormecido y los pasos ausentes.

– El recuerdo de sus ojos sobre los míos arrullando la mañana, la piel erizada, la sonrisa leve que saborea sus labios dulces.

– Tocaba su suavidad con elegancia, emocionado, elevado. Levantaba en otros suspiros, presionando sus notas como gotas de rocío.

– Oler su cabello y abrazarle fuerte con un suspiro, era lo único que necesitaba para alegrar su tedioso día.

– Delicadas, tibias y ácidamente anaranjadas, sus venas se expandían ligeras, para derramar el sabor de la mañana.

– Abrázame como si estuviera muriendo, suplicó. Sentía desgarro de ausencia y vacío de lágrimas secas.

– Cada vez que recibía el sueldo y comenzaba a pagar sus cuentas, sembraba en su bolsillo el anhelo de lo imposible.

– Le dijo: La #violencia es eso que no sabes que viene hasta que estalla el corazón y no queda más que cerrar los ojos y gritar.

– Nadie entendía cómo podían estar juntos pareciendo ser tan distintos, esa era la magia de su complicidad y admiración mutua.

– Los dedos pegoteados, llenos de chocolate, sus fantasías infantiles y las risas alegres inundaban la sala, era un buen día.

– Cien hormigas en su nariz, cabeza apretada y ojos brillantes; se lamentaba de no obedecer a mamá cuando le dijo que se abrigara.

– Deslizaba suavemente los dedos sobre su rostro, le sonreía con la mirada. Era feliz grabando esa escena para siempre.

– Tabaco impregnado en sus labios, sus manos en el piano, jazz, risas sonoras, una copa y el misterio de la noche seductora.

– Se acerca cautelosa a la mesa de billar, sus labios rojos y la piel tostada; le ofrece un whisky, toma su mano y se van.

– Las piernas le temblaban, casi no podía mantenerse de pie, el pecho apretado y los ojos hirviendo, cantaba para no morir.

– Repasa en su memoria cada centímetro de sus manos, sus ojos marrones y el lunar en su cuello. Suspira y duerme añorándolo. (A mi compañero)

– Pequeños pies descalzos, hambre, frío, desamor. Las miradas desconfiadas se llevaban sus sueños y opacaban sus ojos, su luz.

– Llora al construir su recuerdo con un par de fotografías viejas, oler su perfume y creer que está ahí, anhelando su regreso.

– Frambuesas, helado de piña, sol sobre los hombros descubiertos, el cielo infinito lleno de colores y la brisa fresca del mar.

– Inquieta miraba su reloj cada 30 segundos, como si el mundo no estuviera sincronizado, un vacío en el estómago la debilitaba.

– Sus patas cansadas, apenas podía moverse, pero sus ojitos miraban fieles, atentos, expectantes a mi llegada, como siempre.

– Presionar, someter, humillar, pisotear, escupir y victimizarse. Estrategias para imponer el orden y reestablecer «la paz».

– Un sólo tiro bastó para quebrarlo en mil pedazos, los gritos de su hermano le aceleraban el corazón: al fin lo había logrado.

– «Disparé al aire» le dijo inocentemente, como si el eso fuera justificación de algo. Miró su fotografía y lloró sin consuelo.

. Todos conversábamos alegremente y de repente se oyó un ruido extraño. Eran los ronquidos del abuelo agradeciendo el almuerzo.

– Imponen el orden con allanamientos, juicios mentirosos, represión y violencia, yo sólo defiendo a mi familia, se dijo.

– Se metieron a mi casa, golpearon a mi hijo, mi hombre está preso por sospecha ¿y tu me llamas resentida? sí, lo soy. Gritó.

– Jugaban a pillarse, pasaron corriendo y pisaron un charco, sus zapatos quedaron empapados! ambos soltaron una enorme carcajada.

– Dos violines, un piano y la luna entrando por la ventana sobre sus ojos violentos. Agua, violeta y tres notas contrapuestas.

– Silencio amargo, seco, viejo. Los cantos lastimeros que arrullan suspiros y llantos solitarios, ese día que te fuiste eterno.

– Oídos y nariz tapados, garganta áspera y ojos dormilones, cuando uno amanece resfriado, lo justo es quedarse en cama, pensó.

– El tiempo detenido, golpeaba una y otra vez el rostro inconsciente. Sus manos de lana sangraban de ira y dolor.

– El guitarrón seco, perpetuo, le canta las penas agrietadas al viento arrebolado de su tierra araucana.

– No dejaba de mirar sus labios encendidos, azorados de culpa adrenalínica. No los besó, sólo los encerró en su memoria.

– Recorrió cada trazo de su cuerpo, arrebatándole el pudor sofocado de su corazón vehemente.

– Después de un día difícil nada mejor que oír su corazón apoyada en su pecho. El rodeándole la espalda, sereno, seguro, eterno. (A mi compañero)

– El viento frío tocó sus mejillas y enrojeció su nariz, suspiró y llenó sus pulmones de energía, hoy será un buen día, se dijo.

– Primero naranjo, luego azul, rojo, amarillo. Cada pincelada gestaba un cielo distinto e imperfecto, sólo sus pupilas lo veían.

– A las 5 de la mañana partía a la caleta, frío, gorro de lana y sueño. Ya no quedaban peces, pero no sabía qué hacer sin el mar.

– Olor a pan tostado y leche caliente, tapada hasta los ojos, mamá caminando despacio a saludarla. Su momento preferido del día.

– ¡Tra, tra, tra! gritaba una y otra vez mientras todos lo miraban desesperados ¡tra, tra, tra el caballo va! cantaba alegre.

– Ese cajón ya era un desafío, los chocolates en su interior lo hacían cada vez más interesante. Iría por ellos, estaba decidido.

– Sabía que algún día debía volver a verlo, pensó que nunca estaría preparada, pero pasó el otoño y sus ojos tenían nueva luz.

– Le costaba respirar, sus manos sudaban. Estaba a punto de saber si ganaba o perdía todo. En el fondo lo sabía, siempre lo supo.

– Iba a sorprenderla, le llevaba su pastel favorito; al llegar la encontró con el. En silencio volvió a casa vacío, siniestro.

– Miraba las hojas que se movían con el viento, disfrutaba adivinar qué trayectoria llevarían cuando al fin cayeran al suelo.

– No sabía dejarlo, su odio era tan fuerte que cada noche al mirarlo, pensaba cómo preferiría verlo morir.

– El aire estaba denso, obtuso. Todo giraba a su alrededor, debía salir de ahí, lo antes posible, antes que todo explotara.

– El ruido del viento nocturno, ella con una manta, el encendiendo la salamandra; el mar y sus miradas profundas, silenciosas.

– Lo descubrió mirando sus ojos sinceros, tímidos pero entregados a ella, no sería capaz de herirlo nunca, eso la cautivó.

– Le gustaba inventar historias mientras jugaba sola en el patio, relataba todas las inquietudes de su mente curiosa. (A mi hija)

– Luego de un largo día, mamá secaba su cabello con delicadeza, ella apoyada en sus piernas, se dormía al instante. (A mi hija)

– ¡Saquetín! decía con ganas cada vez que se vestía. El día que aprendió a decir «calcetín», su madre se dio cuenta cómo crecía. (A mi hija)

– Lo que le hace falta a estos niños es embarrarse, romperse las rodillas y gritar al aire libre, dijo la abuela sentada al sol.

– Solía tomar su mano al caminar juntos, calmarla con su abrazo al dormir, besarla al despertar, ahora sólo tenía recuerdos.

– Se miraba al espejo sin comprender muy bien en qué momento aparecieron las arrugas en su frente, no me reconozco, se dijo.

– Me llama con la mirada, indefensa, pidiendo que la tome en brazos y la sostenga en mi pecho, ese es su lugar seguro. (A mi hija)

– Medio vaso de vino, dos tintos acabados, las colillas rebosantes en el cenicero. El sobre la mesa, dormía de tanto llorar.

– Escalofríos, manos heladas y el chaleco que le hizo la Nona, los ojos bien cerrados y música en sus oídos, ya estaba llegando.

– Mi, Re, Do naranjo, verde, morado, Do sostenido salado, arriba el viento, cae la lluvia, Sol ligero, charco verdegris.

– Métrica aromática en C menor, tiempo detenido. Pupilas dilatadas, poros derrotados, allegro decadente de sus manos frías.

– Cinco semillas bastaron para que se convirtiera en un robusto y nudoso octogenario.

– La rabia hacía hervir su cabeza, veía todo rojo, rápido, deforme; no había manera de contenerle, era el tope de su paciencia.

– Recuerdos, temor, silencio, goteras, paredes trizadas y frío perpetuo. Llegaba el invierno y su casa aún estaba incompleta.

– Se asoma entre las nubes con paciencia infinita, cortando el aire moribundo, chocando con los árboles inmóviles, serenos.

– Pasaba las manos por sus ojos pero no dejaba de sentir ese picor intenso. Hoy tendré que vivir menos y dormir más, pensó.

– A veces callaba para no llorar, guardaba en su pecho el abismo absoluto y desgarrador, pero sus ojos estaban inertes, vacíos.

– Suplicaba cada día por su alma antes de poseerle por la noche. Le quitó el brillo, la sonrisa y la fe.

– Era intensa, poderosa. Sabía muy bien cómo conseguir lo que quería. Un día respiró profundo, abrió los ojos y se dejó llevar.

– Aún cuando sabía que ya no estaba, sentía que estaba ahí, moviéndo su cola cuando llegaba a casa. Nunca dejaría de extrañarla.

– No importa qué hablaran, a ella siempre le había pasado algo peor. Había desarrollado un curioso egocentrismo caótico.

– Dos trozos de alerce quemándose en la chimenea, la lluvia golpeando la tierra húmeda, sus labios cómplices y el infinito.

– Su enfermedad había llegado a tal extremo, que todos sus abusos parecían justificados, incluso daba lecciones de moral a otros.

– Rayan nuestras paredes con su propaganda, ensucian mi comuna, tramitan todo y ganan 100 veces más que yo, decía con rabia.

– Le tomó la mano como siempre lo hacía pero percibió algo diferente. Nadie le había provocado esa sensación nunca, sonrió feliz.

– Cada tarde recogía cilantro, cebollín y limón, lo aderezaba con aceite de oliva y sal. Esperaba ese momento a diario.

– Su padre le dijo: Vive honorablemente, respeta a los demás, anda con la verdad de frente; en definitiva no seas político.

– Su corazón palpitaba acelerado, ansioso; esbozaba una sonrisa nerviosa en su rostro. No podrían encontrarlo y ¡ganaría!

– Amaba ver las margaritas en su rostro y su nariz arrugada al reír; en ese minuto el mundo se detenía y le creía por última vez.

– Madrugada, olor a tierra húmeda, neblina y las manos agrietadas, sus ojos negros miraban el horizonte lejano, estaba cansado.

– No podía decirlo, pero su corazón de niña era tan sensible como el de cualquiera, sufría cuando no querían jugar con ella.

– Cultivaba sueños en su diario, escribía sus logros y anhelos. Tiempo después al releerlo, se preguntó por qué dejó de creer.

– Le juzgó por no ser como el, por cada piedra que se sacó de los hombros, le juzgó por ser libre. Se alejaron en el desamor.

– De a poco abrieron los ojos, desobedecieron, lucharon. Los monstruos al verlos, se volvieron locos y se sacaron los ojos.

– A veces sentía el día eterno y se amargaba, no crecía, tampoco le motivaba seguir ahí, pero el deber era más fuerte.

– Me observaba con sus ojos enormes, dulces, brillantes, sonrientes. Para ella no había tiempo, estaba reconociéndose en mi. (A mi hija)

– Perfumó su cuello, puso sábanas nuevas y arregló su cabello para esperarlo, pero nunca llegaría… ella se lo había llevado.

– Respiraba profundo, el frío la hacía temblar un poco, luego se acurrucaba en los brazos de él, le encantaba despertar.

– Se deslizaba suave por las hojas verdes del roble, caía, despedazándose en el camino. Llegó a la tierra para alimentarla.

– No necesitaba las flores ni los chocolates, sólo quería que la mirara como antes, con los ojos sinceros, luminosos, amantes.

– Nada la seducía más que la admiración que sentía por él y la pasión con que enfrentaba su vida, esa era la clave que buscaba. (A mi compañero)

– Recogía flores del parque y se las llevaba a mamá. Ella las ponía con cuidado en un vasito con agua en su velador, yo sonreía. (A mi mamá)

– Derretía la chancaca, un poco de agua, clavos de olor, cáscara de limón y una pizca de vainilla. ¡Estaba lista para lo mejor!

– Tres sorbos de vodka, un cigarrillo a medio fumar, el colchón mojado y sus historias callejeras, era todo lo que tenía.

– La única forma que conocían para controlar su descontento, era la represión, no sabían que eso era una bomba de tiempo.

– Cada vez que lo abrazaba sentía que el mundo se detenía en silencio, estaban ahí, conspirando contra el tiempo.

– Un paso tras otro, el bastón lo acompañaba, sigiloso, lento, con los años a cuestas y la soledad marcada en su rostro.

– Lloraba de impotencia, de no aprender a reír. Sabía que la amargura de su alma crecía con el tiempo y no podía detenerla.

– Se escondió entre la ropa, no quería que lo vieran ahí. Jugaba a ser ella cuando nadie lo veía.

– El frío mordía sus heridas, el único sedante que tenía era el vino tibio, sus delirios y el olvido.

– Cada mañana pensaba en ella, el brillo de sus ojos, el aroma de su cabello. Cada mañana se despedía de ella como el último día.

– Estaba consumido por la rutina. Llegaba a casa, fumaba un puro, ponía su disco favorito y pensaba en lo solo que estaba.

– Sus teclas de marfil y ébano daban el sonido perfecto, las pausas exactas, los coloridos delirios de madera noble encantada.

pensamientos de 27 \"Microcuentos\"

  1. Felicitaciones, te dejo este micro cuento de mí autoría:

    «El Cuento nunca contado hasta ahora, es el que estoy escribiendo».

    Autor: Manuel Ibarra
    Caracas/Venezuela.
    01/12/2015.

  2. ¡Muchas gracias Luis!
    Me inspiro al observar a las personas, lo que sucede a mi alrededor, estando estar atenta a los detalles.
    Muchas gracias por tu comentario, estoy leyendo ahora tu sitio. ¡Saludos!
    Carolina.

  3. Realmente la literatura es lo más bello en la vida del hombre. Gracias por esos hermosos microcuentos, lo bueno si breve, dos veces buenos. Éxitos.

  4. ¡Muchas gracias por tu comentario!
    En mi libro hay una selección de ellos, no están todos… En este momento sólo lo tenemos en Chile, pero cuando esté a la venta online, lo publicaré.
    Gracias nuevamente por el interés, ¡un abrazo!
    Carolina.

  5. Excelentes, muy entretenidos, cada uno logra generar una emoción cuando se leen. ¿todos estos están en tu libro?, ¿lo puedo conseguir online?. Saludos

  6. Muchas gracias!
    En todo caso, son todos auténticos, no hay copias, respeto mucho el derecho de autor, pero sí hay inspiración en la vida real. :)
    ¡Un abrazo!

  7. ¡buenísimos! pasé un estupendo momento que por cierto me trajo reminiscencias principalmente de adolescente, por este hecho creo que no tiene mayor importancia que hayan sido recopilados, incluso inspirados o copiados de otras lecturas, muchos personas estarán en desacuerdo porque se deben respetar los derechos de autor, sin embargo he apreciado tu esfuerzo, las ganas de escribir, tu sensibilidad que por cierto merecen mi reconocimiento ¡felicitaciones! y sigue adelante
    Betty

  8. ¡Muchas gracias Chris!
    Estaré atenta a tu sitio, es fascinante como cada nueva letra nos anima a seguir, es casi una adicción :)
    ¡Saludos!

  9. Es realmente interesante que estés familiarizada con el Haiku. Gracias a tu sitio me animé a construir en el mío.

    En tus microcuentos todo pareciera «ya» haber ocurrido.

    Saludos!

  10. Caminaba esperando que el sol le abrazaría de frente nuevamente con cálido recibimiento, caminaba al oeste….

  11. tienes el talento impregnado en letras, que bien que se te escurra todo esto de esta manera. un saludo carolina y felicidades por esa habilidad! ;)

  12. Vaya que has publicado en Microcuentos!! estoy leyendo y hasta el momento solo podría decir que me atraparon a partir del segundo. Espero de vez en cuando poder hacer comentarios constructivos, me encanta esta idea de usar las redes como expresión cultural abierta, plural, incluyente, etc, etc. Un gran saludo y felicidades por tu pagina.

  13. Muy buenos!
    Estos son sólo tuyos o los que has recopilado también?
    Si así fuera debieras ponerles el link al twitter de quien lo escribió o no?
    Sería genial que algún día los publicaras en algún pocket book :)

    Saludos.

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